27 junio, 2022
, Fumigaciones

«YO TRABAJO CON LA TIZA, NO CON EL VENENO»

La Escuela Rural Nº8, de Baradero, está envenenada. En el corazón de la soja, el maíz, las arvejas y otras plantaciones los alambrados no detienen las fumigaciones terrestres, con «mosquitos», que avanzan sin tapujo en la institución primaria y de jardín de infantes donde hay niños, niñas y docentes con glifosato y su metabólico AMPA en sus cuerpos.

Baradero, con un poco más de 28.500 habitantes a cargo de @estebansanzio, es la foto de una Provincia de Buenos Aires sin respuestas para las escuelas y comunidades que exigen el cumplimiento de leyes medioambientales. A 20 kilómetros de la zona urbana parece que todo está bien, las patrullas ambientales no terminan de solucionar nada y silenciosamente el agronegocio gasta vidas contaminando el agua también.

«Las mamás no podemos hablar con nombres porque somos trabajadoras de la zona. Muchas tenemos un techo y trabajo con los mismos que fumigan. Si denunciamos pueden echarnos. Es una contradicción, pero estamos asustadas y otras preocupadas porque enviamos a nuestros hijos a estudiar y vuelven con glifosato en orina», nos contó una madre cuyo hijo dio positivo en los estudios. Paola Krüger, docente y miembro de la Red Federal de Docentes por la Vida, nos dijo que ella misma llevó las muestras al reconocido laboratorio FaresTaie y explicó: «Baradero no tiene una ordenanza que regule el uso de agrotóxicos. Por eso cada vez que denunciamos queda en la nada, porque no hay en qué basarse para multar».

Paola solamente va 4 horas al día para enseñar y también le detectaron glifosato. «En épocas de fumigaciones hay un 50% de ausentismo en la escuela. Hay muchísimos casos de broncoespasmos, alergias, descomposturas, náuseas, dolor de cabeza, vómitos y hasta sangrado de nariz».

«Es urgente una ordenanza que limite a mil metros las fumigaciones. Como también es importante que vengan a ver cada seis meses el agua que consumen los chicos, porque tiene exceso de nitrato. La escuela no tiene agua, tomamos de bidones, se vuelve agotador. No es un problema ajeno; son mis pibes, nuestros pibes, ¡yo trabajo con la tiza, no con el veneno!».

Por Nelson Santacruz y Paloma Cerna