Una montaña caótica donde terminan los desechos de toda una ciudad. Una fuente de trabajo para 300 familias. Una nube perpetua de humo tóxico en el aire que respiran cientos de chicos. Un plato de comida en la mesa para esos mismos chicos. Una noche interminable a la vera de un fogón. Esperar la vida entera, hasta que llegue el próximo camión.
El Volcadero es el destino final de todos los residuos de Paraná. A su lado está el barrio San Martín; lo cruza un arroyo que arrastra restos cloacales de toda la ciudad. Cada vez que llueve rebalsa, y las casas y las calles se inundan de mierda y de desidia: el barrio tiene más de 60 años, y aún no cuenta con servicios básicos.
El Volcadero es, también, la principal fuente de laburo para el San Martín y para los barrios aledaños. Durante la pandemia, la gente que se quedaba sin trabajo terminaba yendo a rebuscársela al basural, y la población del barrio creció aproximadamente un 40%. Se rescata lo que haya y luego se vende: metales, cartón, plástico. Un mediodía de verano, una madrugada de invierno; el laburo acá no se detiene nunca. Los desechos llegan a toda hora, y a toda hora los vecinos están ahí, casi poniéndose encima de los camiones, sin guantes, sin cascos, sin protección alguna. En un buen día podés hacer $2000 durante la mañana; en uno malo, $800. De todas formas, no es una elección: es el resultado de la falta de laburo y la imposibilidad de proyectar un futuro.
El lugar central que ocupa el Volcadero en la economía predomina todo tipo de discusión sobre sus efectos perjudiciales para la salud y el ambiente, que son muchos. Hay muchas niñas y niños con enfermedades respiratorias. Hay un humedal al lado, contaminándose todos los días un poquito más. Hay pibes que dejan la escuela para ir al basural y llevar unos mangos más a la casa.
Hay tantas cosas para contar, pero hay algo certero:
acá hay un barrio viviendo del Volcadero.