Ahora que estamos discutiendo los discursos de odio y la violencia política, miremos un poco a Brasil para dimensionar la gravedad del asunto. El avance de la ultraderecha en el mundo tiene a Bolsonaro como máxima expresión en nuestra región, un personaje abiertamente facho que esta semana volvió a hacer de las suyas.
A Lula “hay que extirparlo de la vida pública”, tiró sin eufemismos este miércoles en un acto que se suponía tenía que ser por el bicentenario de la Independencia brasileña pero que terminó siendo una burda campaña bolsonarista.
El presidente encabezó dos concentraciones en Brasilia y en Río (multitudinarias, hay que decirlo), donde desfilaron tanques, carros blindados, tractores y jóvenes de una iglesia evangélica. Muchos militares y empresarios del agronegocio y nadie del Congreso ni de la Justicia en el palco; en cambio, sí estuvo a su lado Luciano Hang, un millonario golpista.
Bolsonaro sacó a relucir una vez más su talante machista llamándose a sí mismo “imbrochavel”, que en portugués significa que su pene siempre está erecto para el acto sexual. Por la mañana, había reivindicado nuevamente el golpe militar: “El bien siempre derrota al mal, como sucedió en el ´64”.
La violencia política en esta campaña se incrementó un 23% respecto a la anterior, con 224 casos; el más emblemático fue el crimen del tesorero del PT Marcelo Arruda, asesinado a tiros en su cumpleaños por un policía bolsonarista. También hubo varios ataques en los actos de Lula.
La escalada de tensión y violencia en Brasil tiene muchos actores de reparto pero un protagonista principal.
Nuestras gargantas siempre gritarán contra la cultura del odio y los Bolsonaros de acá y de allá.