“¡Feliz día del estudiante!” se escucha por ahí. Feliz día para nosotras y nosotros, porque no es fácil estudiar bajo la línea de pobreza. ¿Qué tan sencillo puede ser estudiar sin conexión a internet o tras una caminata eterna a la escuela por no poder pagar el boleto del colectivo?
A la deserción escolar le tenemos que ganar, porque queremos llegar a la Universidad en igualdad de condiciones. Tenemos derecho a pensar y a preguntar. Tenemos el derecho, pero… ¿está garantizado?
Ariel Ortiz es estudiante secundario, vive en el barrio Mate Cocido en Resistencia, Chaco, y tiene un mensaje muy claro: “Quiero decirle a los estudiantes de las barriadas que exijamos los derechos básicos al Estado. Con mis hermanos íbamos a la escuela y no teníamos zapatillas, ropa ni útiles. Me gustaría seguir estudiando Comunicación Social en la universidad”.
Tamara Noga es vecina de la Villa 21-24 y cursa el sexto año de medicina en la UBA: “Los obstáculos que encontré fueron varios, como encontrarme con el estigma de ser villera y no decirlo por miedo a la discriminación y saber que son pocos los villeros y villeras que me iba a encontrar en una facultad elitista. Recién en el cuarto año pude entrar en un grupo de amigas y amigos que me acompañan, incentivan y conocieron mi casa”.
“Que una villera y un villero se reciban en un curso, un taller, el secundario, un terciario o un nivel universitario es un logro colectivo porque es gracias al acompañamiento del barrio, de la familia, de quien te acercó un matecocido, de quien te cuido al pibe un día para que vayas a rendir, de quien te espera con un plato de comida. También, es un logro individual; sin quererlo, somos ejemplo para alguien más, y demostramos que los pobres llegamos a la universidad”, sintetiza Tamara.
Desde la teoría villera que construimos, les decimos feliz día a las y los estudiantes que levantan la voz, que luchan por la transformación y que nunca, pero nunca, se olvidan de donde son.