Caminamos cada rincón de las páginas en una entrevista exclusiva con el protagonista de El Marginal: «Hay una campaña de los medios contra los sectores populares que es muy dañina y perjudicial». De este modo, con su eco, con nuestra fuerza y las de cada comedor popular nos unimos en una misma melodía: «Me duele mucho que el Gobierno de la Ciudad no reconozca un comedor donde comen 200 personas al día». Y porque aquí se respira lucha, en cada trabajo comunitario y en cada pibe de barrio, todavía miramos al cielo para descubrir el sol… a pesar de este cruel escenario que nos castiga: “¡Las vecinas siempre tienen el coraje y la inteligencia de armar una red colectiva!”.
Esa mañana en Barrio Fátima, Villa Soldati, el sol caía directo sobre los potreros y las paredes de ladrillo pelados clásicos de nuestros barrios. Iba a ser una jornada larga porque nos visitaban UNICEF y él para conocer nuestra Casa de las Mujeres y Disidencias, la cooperativa gastronómica “Che, qué rico”, el Centro Cultural “Ni un pibe menos” y cada experiencia comunitaria que venimos labrando desde hace más de una década. Nos tocó un día cálido como la entrevista que tendríamos después. Y si nos estás leyendo del otro lado, este mes o cualquier otro, tenés que saber que en nuestras villas siempre las visitas son bien recibidas. Porque incluso cuando el hambre azota, jamás falta un plato de guiso que alguna vecina convida. Esta vez nuestro comensal era el hijo de un matemático y una socióloga, un actor que se codeó con estrellas como Angelina Jolie y que no dudó un segundo en caminar por nuestros pasillos: “Vengo de una tradición peronista. Nos tuvimos que exiliar en México entre el 76 y el 83 por la dictadura militar”, dijo como para repasar su ascendencia. Es que, según sus palabras, su familia “siempre estuvo consciente de que vivimos en un mundo de desigualdad descomunal”. Tal vez por eso, Juan Minujín siempre se mantuvo tan cerca de organizaciones sociales como la nuestra. “Es el Estado el que tiene que equilibrar esos desequilibrios monstruosos que nos deja este sistema”. Así, con su abrazo desde el minuto uno, abrimos el telón de esta nueva tapa primaveral pero preocupante. En esta nota, con su rostro como portada, abordamos el hambre, la marginalidad, el consumo, los medios y la necesidad de tener al Estado más cerquita. Porque cuando todo está súper jodido, es cuando más se grita.
—Gracias por venir esta mañana, tan temprano, Juan.
—Para mí siempre es un aprendizaje visitar La Poderosa y los barrios. El agradecido soy yo.
—Te digo “arte” y “concientizar”, ¿vos qué decís?
—El arte tiene que tener la libertad de trabajar lo social, pero también otras cosas desde la sensibilidad, no desde un mandato. No sé si necesariamente tiene que ser una herramienta para concientizar, porque el arte siempre es una herramienta para contarnos como sociedad, como cultura e idiosincrasia.
Mientras intercambiamos unos mates, Juan nos contó que no proviene de un hogar de artistas, pero sí de una casa con mucho arte circulando. No quería hablar demasiado de él, porque su posición era la de escuchar. Rápidamente lograba simpatía con nuestras cocineras comunitarias, que lo miraban como “un galán” porque era a quien veían en Cien días para enamorarse, novela con la que ganó un Martín Fierro en 2019, en Viudas e hijos del rock and roll o en Solamente vos, producciones donde también fue galardonado como mejor actor. Sin embargo, en el barrio, era muy sencillo… como un compañero más.
—Conociste nuestros espacios de educación popular, de contención contra las violencias a las mujeres y los comedores. ¿Qué conclusión sacás?
—El tejido que armaron es valioso y descomunal. Me duele mucho que el Gobierno de la Ciudad no reconozca un comedor donde comen 200 personas al día. ¿Estamos todos locos? Las vecinas siempre tienen el coraje y la inteligencia de armar redes colectivas para dar respuestas; y el Estado, como mínimo, debería reconocerlas dándoles recursos. Hay una deuda política ahí.
—Las cúpulas de los gobiernos se tiran culpas, mientras el hambre avanza de manera atroz…
—Que la comida de la gente sea un negocio no me entra en la cabeza. No estamos pidiendo que se socialicen los sistemas de producción, sino acotar las ganancias de algunas empresas para que todos tengan un plato de comida.
La cercanía con Minujín no es de ahora. Ya nos acompañó en campañas por el agua potable, en los días de las niñeces, también en el momento más duro, cuando perdimos en medio de la cruel pandemia a nuestra compañera de la Villa 31, Ramona Medina. Su preocupación se fue acrecentando a medida que conocía villas, cárceles y otros rincones comunitarios. Cuando discutíamos en la redacción a quién entrevistar para la tapa y se mencionó su nombre, primó el consenso, sobre todo por la lectura común que hacemos acerca de los medios de comunicación y sus abordajes de nuestras realidades: “Los medios, en general, reproducen odio, estigmatización y baja autoestima. Me da bronca levantarme y escuchar que este es el peor país del mundo”, dijo y asentimos. Por eso sabemos que nuestra trinchera comunicacional es tan importante. “Mientras recorría con ustedes Villa Fátima pensaba qué bueno sería que los periodistas con fuerza anduvieran también por acá. Es la forma de ver humanamente lo que pasa y de ver cómo, por ejemplo, La Poderosa logra dar respuesta colectivamente a lo que debería responder el Estado”.
—INDEC señaló, a fines de 2021, que los niveles de marginalidad medidos en indigencia superan las dos millones de personas…
—Es un horror, una injusticia terrible. El sistema está cada vez más expulsivo a nivel mundial. Las grandes ganancias no resignan ni medio centímetro. Vuelvo con lo mismo: es la política la que tiene que dar respuesta. Es difícil soportar un país en donde el 40% de la población es pobre.
Su trabajo como actor y director empieza en el 96. Hoy, a sus 47 años, lleva un gran repertorio cinematográfico, en el que se destacan películas como Zama, El amor menos pensado y Cordero de Dios. A la vez, su emprendimiento de mapas para colorear, “Atlantis”, sigue en pie como un proyecto familiar que lo entusiasma. Multifacético y lúcido, sus ideas respecto a cómo generar sentido en la sociedad nos invitan a lecturas críticas importantes: “Hay una campaña de los medios contra los sectores populares que es muy dañina. Justo en estos días me tomé un café con César González para reflexionar sobre estos temas. No sé cuáles son las estadísticas concretas, pero está claro que ante las necesidades, en la pobreza, la respuesta termina siendo la represión. Por eso la población de las cárceles, en general, viene de los barrios populares”.
—Teniendo en cuenta la popularidad de El marginal y la situación actual de las cárceles, ¿por qué te parece que la audiencia logra empatizar con los personajes de ficción y no con los de la vida real?
—Es una buena pregunta, y no lo sé. Hay ficciones que tratan de mostrar lo humano de las personas que están en la cárcel. Que logran acercarnos una realidad para que la veamos. Otras ficciones siguen estigmatizando a la gente por su color de piel o el lugar dónde nació.
Según la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin), actualmente hay más de 11.600 personas privadas de su libertad y el 71% de las juventudes presas directamente no posee condena firme: “En la quinta temporada de El marginal, quería darle una vuelta al personaje de Pastor para mostrar la otra realidad de las cárceles: que hay gente que estudia, que saca un libro, que tiene una radio contando un montón de historias”, dijo Juan. Y nos subimos a la misma consigna: la urgente necesidad de un sistema penitenciario distinto, inclusivo e integral. “Quise mostrar que no todo era violencia y sometimiento. Ejemplo de esto es el Centro Universitario de Devoto, donde hay personas presas que ya son economistas, periodistas, abogados… Desde ese lugarcito quise aportar algo a la gente”.
—En la película El Suplente sos un docente de la UBA que va a los barrios populares y conoce a Dylan, un pibe que es perseguido por el narcotráfico. ¿Qué pensás de todos los Dylan de nuestros pasillos, donde la narcoestructura está cada vez más fuerte?
—La respuesta debe ser política. Las estructuras del Estado, sobre todo la educación pública, están flaqueando porque hay cada vez menos recursos y mucha precarización. Entonces, lamentablemente, el narcotráfico empieza a ser una opción y coopta a un montón de chicos. Necesitamos una mirada integral donde confluya lo comunitario y la política estatal. Es muy complejo competir con el narcotráfico.
—En julio tuvimos el pico de inflación mensual más alto de los últimos veinte años, de 7,4%. ¿Cómo ves esta realidad y su impacto en la industria cultural nacional?
—La veo con tristeza, alarmado. Cuando hay procesos inflacionarios así, los que más padecen son los de abajo. En los hogares populares lo que está en cuestión es qué se va a comer a la noche, no si hay que restringir alguna compra del mes. Duele. Y en cuanto a la industria audiovisual, es muy difícil hacer una película, por empezar, por la falta de presupuesto y porque proyectás algo y a los diez meses está todo 70% más caro.
Por fuera de los escenarios, detrás de cualquier telón o en una esquina sin cámaras de televisión, sabemos que contamos con él para seguir bancando nuestras causas. El sol cada vez más alto, bajo la brasa del mediodía, nos iluminaba a plena risa porque el actor, además de acompañarnos con reflexiones, ¡fue muy copado y divertido! ¿Las vecinas? Chochas. Todavía preguntan por Fátima cuándo lo tendrán de visita otra vez. Esperamos que pronto, porque estamos seguros de continuar juntos con este grito que nos hace tan bien. Porque Juan Minujín sigue caminando… el barrio también.