Abrimos los ojitos y sabemos que no es un día cualquiera. Madrugamos porque el laburo no cede y hay que ganarse el plato de comida. Pero no deja de sonar esa canción en nuestra cabeza. ¡Nos volvimos a ilusionar!
Colgamos el banderín en el kiosquito, preparamos las cábalas en la obra y ensayamos los rezos antes de prender la tele. No me pidas que no vuelva a intentar.
El pasillo de la villa, todo celeste y blanco, parece eternizado. En este pedacito del tiempo, nuestro niño de Fiorito, nuestros goles infinitos, los campeonatos jamás escritos y todos, todos, todos, todos los gritos, ya están agolpados en el corazón.
Ay, ¿cómo explicarte esta sensación?