“Se siente febrero en el aire y empezas a ver cómo están los flecos del traje o si hace falta cambiar una gema”. Dice Joan Sánchez, murguero y vecino de barrio Yapeyú, Córdoba. Él es uno entre 12 hermanos, hijo de Raúl, y forma parte de la segunda generación de murgueros en su familia. Hoy tiene sobrinos que ya conforman la tercera.
Todo comenzó en otro barrio histórico de Córdoba: San Vicente. Marcado por el carnaval popular, carga una historia de lucha, porque las y los vecinos sostuvieron los festejos antes de que la dictadura militar quitara los feriados.
“Hace muchos años, una persona a quien le decían ‘Chacarera’ tuvo la idea de presentar un espectáculo diferente para los corsos de barrio San Vicente. Había una competencia entre las agrupaciones para ver quién tenía el mejor espectáculo, y les daban un premio. Chacarera convocó gente de la zona, pero no tuvo respuesta porque la gente del barrio ya participaba en otras agrupaciones y comparsas. Ahí empezó a correr la bola y se arrimó mucha gente de Yapeyú. Se formó así la murga, donde mi papá bailaba y tocaba instrumentos junto a sus amigos y sus dos hermanos. En mi familia circula una anécdota maravillosa: como la murga era solo para hombres, mi tía Marcela quedaba afuera. El día de los festejos, salió trajeada como si fuese un diablo”.
La sonrisa de Joan empezó a crecer cuando fue por primera vez a los corsos con su papá, a los seis años. Las piruetas y el carnaval lo cautivaron, y a los 11 empezó un taller en la escuela del barrio. De a poco, con sus amigos, fueron comprando los instrumentos, mientras aprendían expresión corporal, baile y canto. Tiempo después, unos señores de San Vicente le abrieron las puertas del Club para ensayar. El talento lo empujó a crear el primer taller de su barrio, en el centro cultural La Choza de La Poderosa, que después mutó en la murga “Lxs Inquietxs Poderosxs”.
Desparramó alegría en «Colgados de la Luna», la murga característica de barrio General Paz, y hoy integra «Caprichoso Rejunte»: «Esta pasión me desconecta de todo. Es hermoso salir de la Redacción, donde trabajo, para irme a la plaza a bailar, repasar y reírnos con las y los compañeros hasta la noche”.
«Gracias a mi viejo, siempre me llamó la atención bailar en la murga y la libertad que tiene como expresión artística callejera. Como el fútbol, sirve para alimentar el alma. Es juntarse con un grupo de personas en una plaza a adueñarse y conocer la historia del barrio, para transformarlo en canciones y recuperar las protestas del inconsciente colectivo. Y a eso se le suma algo inmenso: recibir alegría cuando alguien aplaude, cuando un nene sonríe si te ve haciendo un salto o una patada, o cuando una señora se emociona con una canción».
Joan lleva su espíritu murguero hasta la raíz: “Hace tiempo, los esclavos usaban los trajes de sus jefes de forma invertida: por dentro eran bonitos, tenían colores brillantes. Hacían reuniones y se presentaban usando guantes blancos, parodiando las costumbres de la clase alta: se dan los tres saltos en representación a los latigazos que recibían los esclavos. La murga está atravesada por la historia negra no contada en Argentina”.
Hay murgas de estilo de escenario, murgas cantadas, agrupaciones de carnaval, comparsas, batucadas, cuerdas de candombe. La mixtura de Latinoamérica confluye en un solo objetivo: ensayar todo el año y prepararse para el carnaval. «Si digo murga, digo herencia viva y folklore nacional y popular, que sale a la luz en febrero, pero que se disfruta durante todo el año».