1 abril, 2023
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ESCRIBIR PARA SALVARSE

Ariel González o Ari, como lo conocen en Villa Itatí, Quilmes, creó para él mismo una caja de herramientas y tomó de allí un lápiz y un papel. Con ellos escribió poesías y relatos que lo ayudaron a escapar del infierno del maldito “paco”. Hoy ofrenda sus dos libros a quien esté transitando la misma lucha y sueña con fundar una editorial villera. Recorrimos charlando los pasillos de su barrio y esos otros caminos en los que se perdió y logró reencontrarse.

Ariel González caminó por el infierno y vio de frente al diablo: con esas palabras describe él mismo sus durísimas experiencias de vida a partir del consumo problemático de “paco”, pasta base. Cuando caminás por el infierno, dice, podés quedar atrapado por el fuego y quemarte. Pero Ari, como lo conocen en su barrio, Villa Itatí, en Quilmes, pudo salir adelante. Lo hizo tomando un lápiz y un papel, como quien se arma con un escudo y una espada para dar batalla y sobrevivir. Con la escritura pudo trazar el camino hacia su recuperación y poner en palabras las sensaciones que lo atravesaban cuando estuvo “adentro del paco” y cuando logró escapar de ahí. Hoy, a los 36 años, cuenta que hace más de diez que no consume y que ya lleva dos libros escritos, Yo soy Ariel 1: Narrar la vida y los sueños para zafar del paco y Yo soy Ariel 2: Nada se convierte en mucho. En estas obras, relata en primera persona cómo vivió y superó la problemática, como también el desafío que supone día a día sostenerlo. Escribir, asegura, lo ayudó a abrazarse a sí mismo. 

Encuentro con el diablo

Cuando cuenta su historia, arranca por la infancia. Aunque los recuerdos sean lejanos, en su emoción hay algo de esa niñez que sigue latente. “Crecer en un barrio como el nuestro, con falta de oportunidades, pobreza, estigmatización y marginación, fue muy difícil. Mi niñez fue la de un pibe que no se daba cuenta de que tenía frío, porque tampoco sabía lo que era un abrigo. Todo eso me afectaba muchísimo”. En la infancia de Ari, el frío o el hambre estaban tan naturalizados que no sabía que podía existir algo distinto: “Yo tocaba un timbre, salía una señora que me daba una manzana y una galleta, y así no sufría».

A sus catorce años, esa niñez de mil desamparos se golpeó de frente con el paco y el impacto terminó por arrebatarle la inocencia que atesoraba en los pocos ratos de potrero con sus amigos. “Yo era como ese perrito de las películas al que los malos de la perrera, después de frenar la camioneta, le hacen ¡pum y adentro!”. En cada metáfora que usa hay una imagen conmovedora de lo que sintió al verse atrapado, de repente, en una adicción: “Había una fila larga de pibes. El diablo era el que te abría la reja, iba metiendo chicos adentro y uno de ellos fui yo -relata-. Era feo el infierno, y de a ratos se volvía una costumbre estar ahí… Incluso podíamos tomarnos unos mates con el mismo diablo, mientras nos aconsejaba robar y seguir drogándonos. Pero no nos dejaba ver si había una vida más allá”

Ariel presentía “que allá a lo lejos había sol”, pero no sabía cómo avanzar. “Me daba cuenta de que otros chicosjugaban, iban a la escuela, estaban con sus mamás, comían asado, disfrutaban de la mañana… Todo eso me afectaba muchísimo. Es que para un pibe que vive en la villa todo cuesta el doble. Es mucho el sacrificio que hay que hacer para salir adelante”.

Un lápiz para vivir

Atravesar un día esa frontera que le impuso el paco fue para Ariel una liberación, como fugarse de Alcatraz. Este otro lado estaba lleno de energías y esperanzas. “Yo había intentado salir de la droga de mil maneras: me fui a vivir a la costa y me interné más de veinte veces, pero no había manera… Solo cuando me puse a escribir pude registrar que tenía un problema y darme cuenta de que tenía que enfrentarlo”, reconoce hoy. “Recuerdo que me paraba delante de los pibes que fumaban paco y veía cómo cargaban la pipa y tiraban el humo. Y si llegaba a casa sin consumir, me sentaba a escribir; sin darme cuenta, estaba dando los primeros pasos de mi tratamiento».

Desde entonces, el lápiz, la birome, fueron sus armas. “Muchas veces le dije ‘hola’ al paco y el paco me recibió mal… Y yo le daba pelea; tenía mi lanza, al igual que él, y luchábamos. Llegamos a hablarnos. En un momento, se calmó y me pude soltar, me dejó vivir. Hoy me deja caminar. Muchos chicos que consumen acá en el barrio me preguntan si tengo abstinencia y yo les digo que no, porque el paco me tiene miedo. Siento que de a poco también me fui preparando para enfrentar ese trance de la abstinencia”.

Cuando una persona se aferra a sus deseos, puede pintar este mundo que a veces se vuelve tan difícil de cualquier color. “La necesidad de consumir puede transformase en necesidad de dibujar o de escribir. Ponerse a pintar un cuadro puede limpiarte la cabeza. A ese pibe o esa piba que pasan los días viendo cómo conseguir plata para consumir, les digo que hay caminos nuevos que se pueden abrir para ustedes”.

La editorial villera

Así como la escritura lo aferró fuerte, Ariel está convencido de que sus libros pueden ayudar a los demás: “Creo que mi historia puede salvar vidas. Capaz que alguien que está estudiando sobre las adicciones va, se compra cinco libros y aprende un montón. Pero los dos que escribí yo también valen mucho, porque no son míos sino de todos: acá hay un pibe que se llama Ariel, que hizo esto para que otros lo lean y logren completar sus propios casilleros. Para que puedan decir ‘ya está, entendí todo, yo también puedo salir’”. 

Ahora Ariel sueña con fundar una editorial y hasta eligió el nombre: Villa Filosofía. Su proyecto es editar, imprimir y publicar los escritos de quienes que no tienen la oportunidad de dar a conocer sus obras a través del circuito convencional.

En todos los barrios populares hay historias que Villa Filosofía quiere contar, pero Itatí es el primer lugar donde nace esta necesidad. “Un pibe de la villa que juega al fútbol claramente no está a la par de otro del mismo club, que tiene garantizado todo lo que necesita un jugador: carne, frutas, yogurt, la ropa limpia, descansar en una cama cómoda y que el papá lo acerque en auto a entrenar”, expresa Ariel, como quien va escribiendo un cuento en el aire… “Este chico que no come banana ni toma yogurt, pasa frío porque le da la frazada a su hermanito para que no sufra, y no logra pegar un ojo en toda la noche porque tiene un hermano mayor metido en la droga que vuelve apuñalado a la casa. Con toda esta mochila de dolor, este pibe al otro día le pide unos pesos a su tía para tomarse el colectivo e ir a entrenar, casi sin dormir. Con mil prejuicios, alguien podría suponer que este chico tenía la esquina pintada en la cara para ir a drogarse, pero no: hoy es jugador de primera división”

Ariel se entusiasma con su proyecto: “Por este tipo de cosas es importante darle cabida a la filosofía villera. La Editorial Villa Filosofía es mi historia, pero también las de todos; la de un chico que está privado de su libertad, una chica que sufre de violencia de género o un pibe que se crió cartoneando. Toda esa gente del barrio ahora va a poder escribir su historia. Con este proyecto editorial también sé que voy a ayudar a quienes nunca pisaron una villa, un barrio popular, y quieren dar una mano”. Quienes deseen contactarse con Ariel, comprar sus libros y colaborar con Villa Filosofía, pueden ingresar a la cuenta de Instagram @yo.soyariel o a villa_filosofia_. El sueño de la editorial villera está a pasitos de hacerse realidad.