¿Qué te contaron? ¿Que la historia de la revolución sólo se trataba de hombres haciendo política y combatiendo guerras? En 1810 se libró más de una batalla.
El grito de “¡Libertad!” fue compartido por mujeres y hombres de la época. La patria que daría sus primeros pasos a partir de aquel 25 de mayo sería construida con el esfuerzo colectivo. La invisibilización del rol de la mujer no las remitió a quedarse quietas ni en silencio.
Se levantaron. Mariquitas Sánchez de Thompson, de la alta sociedad, arriesgó su posición y hasta su vida apoyando la resistencia. Ofrecía su casa para que se reunieran a planear cómo derrocar al Virrey y participaba activamente de los debates.
Manuela Pedraza, “la Tucumanesa”, combatía desde 1806. Santiago de Liniers la había nombrado alférez con goce de sueldo. Juana Azurduy luchó y perdió en combate a sus cuatro hijos y a su esposo, y fue nombrada teniente coronel. Al igual que María Remedios del Valle, mujer negra y pobre, reconocida por su valentía y bravura.
Hay más, miles de anónimas que eran jefas de hogar, comerciantes, cocineras: las invisibles movían la economía popular desde entonces.
La historia muchas veces es cíclica, nuevamente nos encontramos en lucha. Esta vez, los cucharones y las ollas son nuestras herramientas. Desde las cocinas de los espacios comunitarios, desde los trabajos precarizados y sosteniendo una triple jornada laboral, queremos derrocar la invisibilización y la discriminación que pone a la mujer, y las disidencias, en el último eslabón de la cadena.
Hemos perdido importantes comandantas, como Ramona, pero seguimos de pie: detrás de nuestras cocineras comunitarias y el urgente reconocimiento salarial, los pedidos de urbanización, alimentación y educación para nuestros pibes. Hay multitud de familias y barrios que llevan inscriptas la revolución en su historia, en sus manos y en su ADN.