11 julio, 2023
, Desalojo

UNA POSTAL DE CASA PRINGLES

Gabriela Fernández es integrante de Casa Pringles. El 17 de junio pasado la Policía de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, desalojó a las 10 mujeres y 15 niñas y niños que vivían ahí por estar en situación de calle. Ella y su hija de 7 años, habitaban en el lugar desde  marzo de 2021.

El lugar, que perteneció al artista plástico Eduardo Sívori, es un espacio que construyeron compañeras del colectivo Yo No Fui, que, de cierta forma recuperaron de otros conflictos, y que les acomodó un poco la vida,  las impulsó a construir otra forma de relacionarse, de habitar un lugar, de vivir, de pensar y de conocerse. 

En una conversación con La Garganta, Gabriela nos habla de Casa Pringles, la importancia que tiene para las personas que vivieron en ella, cómo fue el desalojo y cuál es tanto su situación actual como la de sus compañeras del colectivo.

-¿Cuándo se formó y cómo fueron los inicios de Casa Pringles?

-El inmueble estuvo abandonado más de 30 años. Es Patrimonio Histórico de la Ciudad. Ahí funcionaba el Archivo Histórico de la Ciudad. Mucho antes de eso, en 1918, fue cedido por su dueño –el artista plástico Eduardo Sívori– para fines culturales y sociales, pero, la municipalidad lo pasó a la capital, y ésta lo declaró un inmueble ocioso, a pesar de que hay más de 7 mil 500 personas en situación de calle.

Nosotras llegamos al lugar porque siempre he tenido que buscar alquiler. Siempre he estado en crisis habitacional. Alquilé la casa por una pieza a un señor llamado Carlos Benavet, que según nos contó nuestra abogada hace unos días, falleció.  Siendo todas mujeres con hijos fuimos pensando cómo vivir dentro de la casa. Dijimos, por algo pasan las cosas y quizás esto sirva para  encontrarnos, poner nuestras ideas e historias en común para pensar en construir algo. 

El espacio estaba pensado para las infancias. Había un merendero y especialmente creamos una red de apoyo escolar, porque con la pandemia las y los chicos se atrasaron un poco respecto a su aprendizaje. A partir de eso, fuimos armando redes que nos permitieron aportar al barrio. Y, desde que nos intimaron a desalojar el lugar empezamos a activar esas redes como modo de resistencia, creando proyectos culturales. 

A mí, Casa Pringles, me acomodó la vida un montón. Me reivindicó con mi historia y me permitió tomar decisiones en la vida que en otros momentos no las podía tomar. Me ayudó a pensar cómo quiero vivir, transitar mi camino con la o él otro, con quien elegir caminar, con quién compartir mi deseo, mi historia.

-¿Cómo fue que llegaste a la Casa Pringles?

-Hace unos años, en un momento de mi vida, hice un mapeo de las casas que fui transitando desde mi niñez y me di cuenta que siempre fui excluida por diferentes motivos de violencia y abuso. De hecho, después de haber estado en la cárcel fue muy difícil encontrar un lugar y sentirme segura. Por ejemplo, desde que nació mi hija, que hoy tiene 7 años, recuperé mi libertad. Antes de ser detenida estuve en situación de calle, con consumo problemático, en un instituto de menores, en hogares de familia donde la violencia y el abuso sexual era el patrón que me llevó a la red de trata. Pasé muchas cosas en mi vida y cuando llegué a Casa Pringles en marzo de 2021, buscando alquiler y conocí a Carlos Benavent, le pagué por la pieza y encontré un alquiler que me permitía estar con mi hija, que no es fácil, en un barrio precioso y donde no nos exigían todos los requisitos que suelen pedir, entendí que podía construir una nueva vida. Hice mi mudanza a plena luz del día, entré normal a la casa y a la habitación.

-¿Por qué estuviste en la cárcel?

-Estando en situación de calle y consumo problemático y la desidia de no tener redes de apoyo fueron los factores que me empujaron a cometer delitos. Las cárceles están habitadas por gente pobre y vulnerable. El verdadero ladrón es inalcanzable y por eso la ciudad está en la crisis que está. Cuando salí en libertad y dije que a la cárcel no volvería más, la realidad es que me encontré sola, sin redes de apoyo, sin familia, sin contención, sin un techo donde vivir, buscando trabajo, que por otro lado, me fueron negados por tener antecedentes penales; el Patronato de Liberados no me ayudó en nada. No tenía información de mis derechos, ni acceso a éstos, lo cual me empujó otra vez  a la calle y a la droga.

En 2015, cuando ya estaba en libertad, quedé embarazada de mi hija. Ya estaba separada de su papá, y me encontraba en un momento de consumo problemático. Mi hija nació a las 40 semanas. Cuando ella nació decidí buscar ayuda. Ya no era lo mismo. Ya no me daba igual dormir en la calle y drogarme. Decidí hacer un tratamiento y rehabilitarme. Me costó muchísimo. No fue fácil. Muchas veces quise abandonar el tratamiento porque las adicciones no las dejas de un día para el otro por más que quieras. El cuerpo ya tiene registro y te las pide. Pero bueno, fue un proceso que hice, porque mi problema no era solo el consumo, sino todo lo que me llevó a ello: el fallecimiento de mi mamá, un papá ausente, una madrastra violenta, la calle, la droga y la explotación sexual a mis 14 años. Al año de haber nacido mi hija me encontré con el colectivo Yo No Fui transfeminista y eso me salvó. 

-¿Recuerdas cómo fue el desalojo de Casa Pringles?

-Nosotros estábamos durmiendo. Eran las seis de la mañana y estaba acostada con mi hija. Empecé a escuchar que golpeaban las puertas fuerte y que gritaba. Me levanté y abrí la cortina porque la pieza que habitaba tenía una ventana que daba a la calle. Cuando miré para abajo estaba la policía. En ese momento no supe qué hacer. Minutos después me puse las zapatillas, mi hija se despertó, se asustó, se puso las zapatillas y también su campera. Salí al balcón y cuando miré para los costados vi que estaba todo vallado, que había camiones de la Infantería y cordones de la policía. Yo tenía miedo que me detuvieran, que me llevaran presa, porque para mí volver a la cárcel no es una alternativa. Ya lo viví, ya lo pasé. Le avisé a las chicas y me metí a la pieza. Escuché cómo entraron a la casa, rompieron la puerta, patearon todo, subieron y gritaron que era un allanamiento. Asustaron a todos las y los chicos. Después me golpearon en la habitación. Aunque no quería abrir, me dijeron que me quedara tranquila, que no iban a hacer nada, que teníamos que desalojar la casa. Nos dieron tres bolsas de consorcio y mi hija de 7 años empezó a juntar sus cositas. Fue horrible porque el gobierno de la ciudad sólo te ofrece la calle o la cárcel.

-¿Cuál es la situación de ustedes tras el desalojo?

-Hoy todas estamos en hoteles con los que el gobierno de la ciudad tiene convenios. Vivimos hacinadas y en muy malas condiciones. Parece que la ciudad más rica del país lo único que puede ofrecer a las personas en situación de vulnerabilidad es un suelo abierto o un monoambiente en un hotel similar a un buzón de cárcel, donde los chicos no quieren estar, porque las y los pibes te piden todo el tiempo volver a Casa Pringles o estar en un lado más seguro. Me angustia pensar hasta cuándo el Estado va a seguir negando el derecho a la vivienda digna, hasta cuándo va a seguir vulnerándonos. 

-¿Dónde estás viviendo ahora?

-Estoy en uno de los hoteles con los que se asoció el gobierno de la ciudad en la calle México. Vivimos en una pieza de 2×2, donde no nos permiten dejar nuestras cosas. Durante el día, mi hija y yo cargamos con nuestra ropa y la tele para todos lados. 

-¿En ese sentido Gabriela, contanos un poco de la dificultad que tienen las mujeres con hijos y las disidencias para encontrar casa en CABA?

-La ciudad no da respuestas. El gobierno en vez de garantizarnos la vivienda digna y el techo seguro, lo único que hacen es declarar como ociosas a las viviendas abandonadas. La Ley 341 de viviendas para cooperativas no tiene peso. Nosotras tenemos una cooperativa, contamos con un terreno y tenemos herramientas, pero el Estado no ofrece nada. Los alquileres y las expensas están muy caras. La gente se endeuda para alquilar. Los requisitos para rentar son muchísimos. El aumento anual es impagable. Te piden garantía propietaria. No aceptan hijos ni mascotas. No entiendo dónde quieren que nos metamos a nuestros hijos. Los paradores no son habitables. Sólo sirven para ir a dormir a la noche y chau, después en el día manejate, andate a la calle. No podés tener tus pertenencias ahí porque te las roban. Los hoteles son de hacinamiento, la gente vive entre las ratas. 

-¿Cómo sigue la situación actualmente? ¿Creen que puedan volver a ocupar la casa?

-La casa está vallada y adentro las luces están prendidas porque hay gente. No sabemos si la policía o quién, pero hay gente. La Fiscalía está esperando que la casa de arriba sea entregada para poder seguir con el procedimiento. Esto aún no pasa. No sabemos por qué. En nuestra mesa de negociación con el gobierno de la ciudad, nosotras exigimos la reparación histórica de los daños generados. Queremos seguir construyendo en colectivo para las compañeras que todavía están en el proceso de reparación. Tenemos la intención de seguir reparando nuestras historias de vida; entender por qué se llega al consumo problemático; buscar las herramientas para salir del problema; hablar de las compañeras que pasaron por violencia de género; por conflictos de encierro y buscamos acompañar la revinculación con las niñeces y las familias.

-¿Qué buscan hoy en día?

-Queremos la restitución de un espacio para que las compañeras puedan seguir viviendo colectivamente. Son compañeras que están en proceso de reparación, que no están preparadas para ir a alquilar solas. Lo colectivo va de la mano de lo individual y lo individual de lo colectivo. Nosotras queremos seguir acompañando a otras compañeras que encontramos en el camino y que sabemos que el gobierno de la ciudad no tiene políticas públicas para apoyarlas porque están en contexto de encierro. Las políticas públicas que hay para las comunidades terapéuticas no son tan eficientes. Por ejemplo, una vez recibimos a una joven en Casa Pringles que había pasado por varios hogares y lo que nos contaba es que ella en los hogares no podía ir a trabajar porque tenía una hija, por lo que pasaba de hogar en hogar. Además, como su hijo había cumplido 14 años, le hicieron firmar un papel sin que la piba supiera leer ni escribir, donde decía que la patria potestad pasaba sistemáticamente al manejo de la ciudad. Nosotras necesitamos seguir acompañando a las compañeras y requerimos un espacio porque tenemos un montón de herramientas y actividades para poder laburar.  

Yo por ejemplo soy integrante del colectivo Yo No Fui, que tiene un recorrido de 21 años y lo conocí estando en contexto de encierro dentro de los talleres de poesía de la cárcel. Estoy hace siete años y te puedo decir que pude construir nuevamente mi vida. Me nutrí desde el colectivo. Puedo decir que si no hubiese pasado por mi vida Yo No Fui, no sé qué haría en la actualidad. He tomado decisiones muy precisas, muy concretas, muy correctas y una de esas decisiones fue no irme del colectivo y seguir remando el dulce de leche, que hoy me permite ser lo que soy y querer construir otros modos de vivir.