Hace 29 años, una camioneta se estrelló contra la puerta de la Asociación Mutual Israelí Argentina (AMIA). El atentado dejó 85 muertos y 300 heridos. Era un lunes 18 de julio de 1994. Empezaban las vacaciones de invierno en el país y acababa de terminar el Mundial de fútbol de Estados Unidos, donde Brasil salió campeón imponiéndose a Italia.
El atentado marcó un antes y un después en la vida política de Argentina. Se trató del primer acto terrorista desde el regreso a la democracia el 10 de diciembre de 1983 y hasta hoy sigue absolutamente impune.
Jorge Beremblum es uno de los sobrevivientes. Trabajó para la AMIA 35 años, en el área de Tesorería. Ingresó en 1979 después de ver un anuncio en el periódico. Hoy está jubilado, pero cuando ocurrió el suceso tenía 54 años.
No suele dar muchas entrevistas sobre el tema. Sin embargo, como se trata de hablar con La Garganta Poderosa acepta contar su experiencia. La cita es en la confitería San Miguel en Corrientes y Gascón, en CABA.
-¿Qué recuerdas de ese 18 de julio de 1994?
-Ese día fue el día posterior al término del Mundial de fútbol que se jugó en Estados Unidos y Brasil salió campeón, de modo que la idea era comentar justamente con los compañeros de trabajo algo de eso. Era un lunes. Yo entraba a las 8 de la mañana y saludé a los compañeros que estaban en la vigilancia, con los cuales, además, compartía los partidos de Pádel, y fueron los primeros en sufrir el atentado ya que estaban en la puerta de entrada.
Empezaban las vacaciones de invierno. A eso de las diez menos cuarto escuchamos una explosion. No me acuerdo si estaba en el segundo o tercer piso. En ese momento, había unos trabajadores instalando el nuevo equipo de calefacción del lugar. Pensamos que el ruido tenía que ver con algún desperfecto o una fuga de gas de la conexión que estaban haciendo. Diez segundos después nos dimos cuenta de lo que había pasado: se había levantado una nube de humo negro. La AMIA tenía una entrada por Pasteur y una salida por Uriburu, que en aquel tiempo estaba conectada por un templo de la colectividad.
El intendente, que estaba en el sector de la seguridad y supervisaba todo lo que pasaba en el edificio, era bastante ducho en estas cosas porque había estado en Israel durante varios años y enseguida tomó la conducción de lo que se tenía que hacer en un caso como éste. Nos hizo tirarnos al piso y cuando pasaron algunos minutos emprendimos la retirada por la salida de la calle Uriburu.
Cuando estábamos por salir nos dimos cuenta que la parte delantera de la terraza no estaba, es decir que una parte del edificio se había caído. Tenía compañeros al lado mio con familiares en la zona del derrumbe. Estaban desesperados. Más tarde se confirmó que esas personas habían volado junto con la parte de ese edificio que faltaba. La explosion derribó la parte delantera del edificio hasta aproximadamente diez metros hacia adentro. El resto del inmueble quedó en pié, por eso nos salvamos nosotros. Al salir di una vuelta desde Uriburu hacia Pasteur. Ya estaba todo muy revolucionado: la gente corría, buscaba a nuestros compañeros y a sus familiares.
El diariero que está enfrente al edificio donde vivimos con mi esposa ya sabía del atentado. Cuando se encontró con ella, se saludaron pero el hombre no se animó a contarle lo sucedido. Mi mujer salía de la casa con unos de mis hijos, a visitar a mi suegra al geriatrico donde estaba y al encender la radio del coche escucharon: “Voló la AMIA”. Entonces, dieron vuelta para atrás y se vinieron a la calle Pasteur. Ahí no los dejaron pasar porque ya estaba todo vallado. Pero un compañero mío, que me vio salir, la tranquilizó diciéndole que estaba vivo. Paralelamente, tomé un taxi en la calle Córdoba y vine a casa para empezar a llamar gente y tranquilizarla. Dentro de la AMIA dejé mi cartera, mi valija y mi abrigo porque tuvimos que rajar sin pensar en nada.
-¿Cómo lo afectó el atentado?
-Dos semanas después, y mientras se estaban mudando todo el papelerio a la calle Ayacucho, donde funcionaba una escuela judía, a la que nos fuimos a trabajar provisoriamente, y donde nos incorporamos de a poco, nos convocaron para hacer terapia de grupo, pero duró muy poco, creo que dos o tres meses y quedó en la nada. Demás está decir que las consecuencias y la derivaciones del atentado a cada uno nos afectó de forma diferente, por ejemplo, yo no paraba de ir al baño. Durante dos semanas iba y venía del baño. Se me descompaginó el sistema digestivo. Paralelamente recibí llamados telefónicos amenazantes que eran o fingían ser de una persona de origen arabe por la tonada y por la forma de hablar que me decían que esta vez me había salvado, pero que la próxima no pasaría, por lo cual la angustia me aumentaba. Después, cuando empezamos a trabajar normalmente, trajeron los archivos de Pasteur con rastro del atentado: sucios, empolvados y con manchas de sangre, lo cual también fue muy duro.
Durante estos años fui asimilando lo sucedido hasta que apareció la pandemia. Cuando uno tiene un evento como el del atentado siempre te quedan recuerdos en la cabeza de lo que pasó y ante un hecho como la Pandemia, donde uno estuvo encerrado tanto tiempo, y a mi edad mucho más, pues los viejos teníamos que tener más cuidado que el resto, se me hizo una especie de confusión entre lo que estaba en el fondo de la cabeza y los miedos que me generó la Pandemia, como a ver o tocar a la gente, por lo que tuve que recurrir a una profesional que todavía estoy visitando. Aunque estoy mucho mejor, cada dos meses me atiendo con ella. Durante la pandemia bajé 10 kilos, de los cuales ya recuperé cinco y me siento mucho mejor.
-¿Cómo vivió el atentado tu familia? ¿Con los años hay una memoria permanente o hicieron borrón y cuenta nueva?
-Cada 18 de julio, uno de mis hijos, el menor, nos convoca para cenar y entre comillas festejar que uno está vivo. El otro se fue a vivir a Brasil y ahora volvió. Estuvo 15 años en Río de Janeiro. Durante el año no hablamos del tema. Cada uno lo lleva por dentro como puede o como quiere. No sé puede decir que hay borrón y cuenta nueva. Son 29 años y el tiempo va limando todo. Cuando llegan estás fechas, todo sube a la superficie y los recuerdos se hacen más nítidos.
-¿A 29 años del atentado con qué sensación te quedas?
-Esto va a quedar impune para siempre, como dijo Horacio Rodríguez Larreta, para siempre. La sensación es que hay una impunidad total, la hubo durante el gobierno de Carlos Menem, que fue cuando ocurrió el atentado. Hubo un encubrimiento muy grande. Sectores de aquel gobierno aseguraron que podía haber un atentado y no hizo nada, no se tomaron precauciones y después de ocurrido el atentado no hubo una investigación o no se quiso hacer una investigación para descubrir nada. A medida que pasan los años mucho menos, hoy leo en el diario que hay un implicado que quiere prestar testimonio de lo que sabe, pero nada. Durante todos estos años y fuera de la fecha del atentado hay silencio. Cuando llega el 18 de julio, un poco antes y un poco después, se revive el hecho, se anuncia que hay algún adelanto en la investigación y después, todo humo.
-¿No crees que fueron los iraníes?
-No lo sé, uno sospecha que algo puede haber. Hubo por aquel entonces una pista siria que se desestimó instantáneamente y aunque no me acuerdo bien, me parece que había episodios y sucesos que avalaban, por lo menos, investigarla y no pasó porque Menem era aliado de Estados Unidos, y por ese entonces el principal enemigo de los yanquis era Irán. Obviamente uno no está dentro de todo esto y tiene sus propias ideas, entonces, no puedo afirmar nada, pero sí había una pista siria con bastante fundamento que no se investigó.
-¿Qué opinan de la cobertura de los medios de comunicación?
-La cobertura fue superficial. Se limitó a relatar lo que estaba en la superficie, pero no profundizaron desde el punto de vista político porque finalmente se trató de un hecho geopolítico. El atentado de la AMIA no se puede ver por fuera de la geopolítica mundial de su momento. Estados Unidos tenía como objetivo a Irán, Israel acompañó la política exterior de Estados Unidos y se asoció a Estados Unidos en cuanto a la acusación de Irán. Entonces el periodismo ha cubierto bastante y desde varios puntos de vista, pero sin profundizar. Yo leía Clarín hasta hace 10, 12, años, pero me cansé de su postura. Ahora leemos Página 12.
-¿Qué crees que significa para la sociedad Argentina el atentado?
-La sociedad argentina en su momento se sintió dolida y afectada porque fueron dos atentados, junto al de la Embajada de Israel (1992) muy importantes, que no existieron en otros países. Después vino el atentado a las Torres Gemelas. De ahí, los muros que se pusieron en todas las instituciones judías como para que ninguna camioneta chocara contra un edificio. Esto no tiene que ver con la sociedad judía pero lo pongo como ejemplo. Mi hijo menor trabaja en una escuela de la colectividad en la calle Belgrano y en la puerta de entrada te paran. Aunque ya no te revisan, antes sí lo hacían, tienen medidas de seguridad importantes y ya pasaron 29 años. Te doy otro ejemplo: después del atentado de la Embajada, en la AMIA se tomarán medidas de seguridad. Hay un portón de hierro que no se utilizaba y se empezó a emplear, pero como la gente protestó las autoridades decidieron quitarlo. Así fue como la camioneta que hizo estallar la bomba pudo entrar hasta el hall del edificio. Si hubiera estado el portón no pasaba nada. Qué quiero decir. La pregunta fue cómo reaccionó la sociedad argentina. Bueno, al principio estaba impresionada, pero después no pasó más nada, a excepción de las instituciones y colegios judíos, que tienen todadía medidas de seguridad, el resto cuando llega el 18 de julio lo recuerdan, aunque no todos porque pasaron muchos años y hay gente que no está más, y las generaciones jóvenes no toman dimensión de lo sucedido porque no lo vivieron y creen que las cosas son mucho más light.
-¿Recibieron amenazas previo al atentado?
-Siempre recibimos amenazas en la AMIA. No solamente previo al atentado. Desde que empecé a trabajar en 1979 cada tanto había un llamado telefónico que nos decía: ‘Mirá que vamos a poner una bomba’. Nosotros salíamos y esperábamos en la esquina, venía un equipo que tenía los elementos para analizar si había un artefacto explosivo y como no había ninguno, volvíamos a entrar y seguíamos trabajando. Cada tres o cuatro meses pasaba esto. Obviamente, antes del atentado, hubo un llamado telefónico tres o cuatro días antes. Quizá esto fue legítimo o no, no lo sé. También hubo noticias de que se le había avisado a la AMIA de que algo iba a pasar, y ésta no le dio mucho crédito.
-¿Después del atentado te interesó indagar más sobre el hecho, pero desde la cultura?
-No soy lector de libros. No tengo paciencia. No lo hice nunca. En cuanto a las expresiones artísticas, sí veo obras de teatro o películas de índole político. Aunque, sobre la AMIA no hay mucho material al respecto.
-¿Por qué crees que no hay tantas expresiones artísticas sobre el atentado?
-No lo sé. Será que no hay escritores ni artistas que les interese el tema o que no lo vean redituable económicamente. Me acuerdo que a los pocos años del hecho se estrenó una película llamada “18J”, que tenía diferentes testimonios de artistas que hablaban sobre el atentado.