Hoy, una de las casas de Córdoba fue la más cálida, y no por el clima, sino por un abrazo en manada. Es un sábado distinto. Una peregrinación provincial llegó hasta la casita que albergaba el pilar de nuestra identidad: Sonia Torres.
Algunas miradas están caídas, como si nos hubieran abatido en combate. Nuestra última abuela cordobesa nos mostró cuál es el camino y la salida para que nadie nos lo arrebate: la lucha y la memoria colectiva. Ese sendero que ella transitó durante 47 años desde que las garras de la dictadura le arrebataron a su hija Silvina, a su yerno Daniel y a su nieto que nació en cautiverio y no pudo conocer; es la pelea a seguir.
Luchando para no perecer y evitar el olvido, Sonia fue abrazada por un mar de pañuelos que fue y será testigo del poder de sus palabras que nos consuelan: «Cuando nos juntamos, al principio dijimos ‘hasta que el último nieto no encuentre su identidad, no vamos a parar, no nos vamos a separar'», contaba enfatizando los primeros años de la lucha.
En el inicio de mi militancia, conocí a Sonia cuando visitó mi barrio, Yape. Asumiendo esa mixtura que une las deudas de la democracia con los crímenes de la dictadura, se fundió en un abrazo con Viví Alegre, la madre del «Rubio del Pasaje», quien en ese momento cumplía 50 meses de haber desaparecido. Desde la común unión de esas causas, hacía suya la necesidad de combatir las injusticias del ayer y el hoy: «La militancia no está pautada, es natural. Porque si a una madre le quitan los hijos y los nietos, ¿qué va a hacer? ¡Salir desesperada a buscarlos!»
Envueltos en esa torre de esperanza y convicción, hoy nos queda saber que la lucha continúa y que no estamos solos. Seguiremos por el sendero que nos marcó: “Quiero decirles que nos ayuden en la búsqueda porque los nietos nos faltan a todos”.
Por Julito Pereyra, garganta poderosa de Barrio Yapeyú, Córdoba.