Jugaba la Argentina. Ese mismo día. Un Mundial. En el Monumental. Y jugaba él. En casa. En dictadura. En casa tomada. Muchos creían que sufrían en la concentración. Muchos decían que sufrían por televisión. Y muchos sufrían en… serio en los centros clandestinos de detención. Pero él no sabía. “Si sabía, no lo jugaba”. Se enteró tarde. Una topadora se lo contó. Él estaba jugando, como antes, como después. No militaba en la villa. Vivía en la villa. Y ese día, nadie lo pudo encontrar. El Profe Signorini bajó las escaleras y Menotti lo adivinó. Qué pasa. Falta uno. ¿Falta René? Sí. Vamos. Y fueron. Lo encontraron, obviamente. En el potrero del Bajo Belgrano. De local. Minutos más tarde, debía ponerse la 9 de la Selección. Pero estaba allá. En su barrio. Hombre casa. En el barro. ¡Y en el banco de suplentes! Indignado, Menotti, no aguantó. Caminó en torno al alambrado, hasta quedar justó detrás de él. Ch. Chhh. ¡CHHH! Ey, René, ¡qué hace usted sentado ahí! Y qué quiere que haga, César, ¡si el 9 es un fenómeno!
Desde esos piques que detonaban ovaciones, casi tan cortos como esas oraciones, ya nunca dejó de ser el que fue…
Con ustedes, René.
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https://www.youtube.com/watch?v=aoFWY1BYWwU&feature=youtu.be
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