* Por Ramón, padre de Franco Casco, asesinado y desaparecido en democracia.
Además de albañil, en estos 60 años, me tocó ser nieto, abuelo, hijo y padre, un orgulloso padre de un pibe como el tuyo, que una tarde salió de casa para ir a visitar a sus primos en el barrio Empalme Graneros. Y nunca volvió.
Era un pibe bueno, Franco, mi hijo, mi amigo y mi compañero de trabajo en la construcción. Jodón y bromista; me hacía reír y se hacía querer por todo el mundo, siempre hablando de Thiago, su nene, mi nietito… Por él, pero también por mí, al volver a Florencio Varela, luego de haber reconocido su cuerpo, me invadía UNA TRISTEZA ENORME, ENORME, ENORME, como estas letras, porque recordarlo me impedía dormir, durante noches enteras, cuando no soñaba que por fin aparecía en casa…
Una vez, pasé todo un día pensando que mi sueño era real, que Franco había vuelto.
Hasta entonces, nadie me había dicho que la Comisaría 7ma. de Rosario estaba implicada, que lo habían levantado tan sólo por caminar en los alrededores de la estación de tren. Por ser morocho, por tener gorrita, se lo llevaron el año pasado. Y ese miércoles 8 de octubre, en cuanto pisé la seccional, algo ya me olía mal. Que había estado ahí, que lo habían liberado…
Todo mentira: lo habían matado y lo habían tirado al río.
Con cara de sorprendido, el policía me preguntaba cómo sabía yo que mi hijo había estado ahí. Y me sugería que lo buscara por la zona de la terminal de colectivos, “o la de trenes”. ¿Cómo no voy entonces a sentir toda esta impotencia? No puedo dejar de pensar cómo ese comisario pudo ser tan criminal de llevar preso a un chico que no hizo nada y pegarle de esa manera tan brutal, además de negarle hasta el agua, antes de tirarlo al río, para hacerlo desaparecer. ¿No tienen hijos? ¿Hermanos? ¿Sobrinos? ¿Alma?
Ahora, como ese día, siento eso, siento que todo el aparato represivo de la dictadura cayó sobre mi hijo, con la misma crueldad que cayó sobre otros 30 mil, 40 años atrás. Porque sí, mi hijo fue una víctima más de la violencia institucional y de la impunidad que garantiza la mafia judicial. A mi hijo lo mataron, por pertenecer a nuestra clase social.
Por eso, a los familiares de los desaparecidos y a los padres de todos los chicos que sufrieron lo mismo que Franco, hoy quiero pedirles que no bajemos los brazos, que nos abracemos fuerte y que nos acompañemos en esta lucha contra la violencia institucional, hasta que alguna Justicia condene a las torturas del poder judicial.