* Por Duende Garnica,
el mismo que un día se puso de pie, tragando tierra y saliva.
Otro 25 de Mayo, otro aniversario de la Revolución, aquí, cantando la misma canción, la de todos nosotros, los relegados. Y sí, cuando pienso en los 207 años de historia me pregunto por qué, por qué será, ¡por qué será tan frágil nuestra memoria! De verdad, querían darles el 2×1 a los genocidas, ¿entienden? Desde las raíces de la Pachamama, desde las entrañas del folclore, desde los pies de Mercedes Sosa, yo le pediría de corazón a cada uno de los miembros que conforman esa Corte Suprema que, por favor, reciten todos juntos un poema de Atahualpa Yupanqui, un verso de Armando Tejada Gómez, una estrofa de José Larralde, una milonga de Víctor Velázquez, una chacarera de Fortunato Juárez… ¿No saben? ¿No quieren? ¿No pueden? Hasta luego, no tienen absolutamente nada que hacer ahí. ¿Por qué? Porque no hay derecho al olvido, es lo peor que nos puede pasar… Y se los digo yo, que soy el olvidao, en la alcancía del tiempo, ¡el que se quedó de pie poniéndote el pecho!
Nuestra canción también ha padecido las burlas de tanta amnesia colectiva, desde que la palabra y su idiosincrasia fueron deformadas. Ahora nos quieren vender que dos chambones con poncho y un locro son los representantes de nuestra cultura, cortada a cuchillo adentro de una empanada. No es así. El folclore es la expresión artística de las diligencias urgentes, necesarias y reales, ese grito poderoso de los gauchos originarios que sufrieron el abandono, desde la emancipación hasta hoy.
No podemos dejarlos vender, ni podemos dejarnos comprar. Hermanos míos del rock han oxigenado la música autóctona, como León, que todavía nos deja respirar un fuerte aire folclórico, esa brisa popular que también respiramos con las canciones de Divididos, cuando fluyen por las venas de Diego Arnedo, sangre de don Mario Arnedo Gallo, uno de los más poderosos compositores santiagueños… Pues hoy debemos estar más unidos, bien aferrados a los tiempos que parecen perdidos, porque hace 200 años este pueblo salió a la calle, para aturdir a esos oídos coloniales. Y aún seguimos siendo esclavos de aquellos antiguos males.
Pero aquí no se rinde nadie: desde la villa, desde la ruta y desde lo más profundo de nuestra garganta surge este grito primal, ése que detona en el estómago de la cultura sachera y retumba en el abdomen de las Madres, hasta el patio provinciano de los 30 mil, porque sí, el que no grita, no mama. Y el que se calla, ¡es un gil!