12 agosto, 2017
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Me duele, Santiago

 
* Por Víctor Heredia,
sobreviviente, garganta de 30 mil.

Grande, demasiado grande todo este dolor que me provoca la ausencia de Santiago. Porque no, nadie puede desaparecer en la Argentina de hoy. Y menos aún, por haberse solidarizado con la histórica resistencia de la comunidad Pu Lof. Pues hace décadas ya, somos muchos apoyando los reclamos del pueblo Mapuche y no hay argumento que justifique el accionar de la Gendarmería, reprimiendo el derecho democrático de manifestarse, acompañando a nuestros hermanos.

Nunca,
por nada;
no hay justificación
para una desaparición forzada.

Conozco muy bien esa angustia desesperante que siente la familia de Santiago, porque la sufrí en carne propia, en junio del 76, cuando secuestraron y finalmente desaparecieron a mi hermana, al niño que llevaba en su vientre y a mi cuñado. Tristemente, lo sé: no tiene comparación el padecimiento de un familiar a la espera de un desaparecido. Por eso, le pido a todos sus seres queridos que sean fuertes para exigir desde la justicia. Y nunca desde la venganza, ni la violencia.

 

Me duelen estas líneas, me duele escribir cada letra, porque me invade una impotencia enorme. Una situación de semejante gravedad, donde estuvieron involucrados organismos de seguridad, representa un flagrante atropello a los derechos civiles. Y habla de un gran desacierto político, de una terrible insensibilidad por parte del Estado, que debiera protegernos y actuar en consecuencia. Nada, pero nada de lo que se ha dicho, con el evidente afán de evitar responsabilidades, resulta tolerable. Las Fuerzas tienen capacidad de maniobra para contrarrestar piquetes sin lastimar, ni criminalizar a quienes reclaman su derecho. No controlarlas, ni castigar ese accionar, es poner en riesgo las libertades que nos otorga nuestra Constitución, ésas que tanto dolor nos costó conseguir.

Ayer, ante la muchedumbre que se reunió en la Plaza de Mayo, pensé en mi madre, en su incertidumbre de años, en su frustrada esperanza de amanecer y encontrar a su hija cebándose un mate en la mesa de la cocina. Llovió y, sin embargo, el pueblo estuvo allí, reivindicándose libre. Pibes, adultos, ancianos, asombrados frente a la injusticia de volver a pedir por lo que supusimos no sería necesario… Y sí, pensé en ella porque Santiago, al igual que todos los desaparecidos de esta Argentina dolida, es tan sólo un pibe que lucha, como tantos, por la libertad y la igualdad que nos han negado.

¿Cuál sería el crimen?
¿Dónde está el pecado?

Realmente, espero que nuestro pueblo entero tome conciencia del significado que tienen estas atrocidades, estos atropellos lastimosos que avasallan los derechos más elementales. Y deseo, de todo corazón, que podamos abrir los ojos, para entender el riesgo que implica dejarlos seguir avanzando de este modo. De ser así, la democracia estará en peligro. ¡Que nadie mire para otro lado! Porque dijimos Nunca Más.

¡Aparición con vida de Santiago Maldonado!
Y que podamos vivir en paz.