De tanto poner y luchar, de tanto volver a gritar o de tanto poder popular, la prepotencia de nuestros barrios trascendió a la indiferencia de los diarios, levantando el silenciamiento de su manta encubridora con el aliento de una garganta que enhebra ahora un solo grito rotundo, desde Ginebra hasta el último rincón del mundo, para visibilizar la invisibilización de los pasillos más estrechos, por primera vez: van a tener que respetar los Derechos de la Niñez. Y no, ni por salutación, ni por concesiones, ni por convicciones vendidas, nos convoca la Organización de las Naciones Unidas para profundizar en diez casos testigos de la verdad, documentados por nuestros dispositivos de Control Popular a las Fuerzas de Seguridad. Pues claro que «no alcanza la reducción de daños, porque la solución llegará con la educación, dentro de 50 años». Suena honesto y por supuesto que abajo abonamos ese canto, ¿pero qué carajo hacemos mientras tanto? Uno se pone reja, otra se aleja, aquel revisa su karma, aquella supervisa su alarma, esos llaman a los noticieros que siguen desinformando. Y a los villeros, ¡nos cagan matando!
¿Hasta cuándo cubrirán con renuncias las estadísticas que nunca ves?
Presentamos mil denuncias, tan sólo este último mes.
Causas armadas, zonas liberadas, cacheos ilegales, allanamientos brutales, protocolos basura, prácticas de tortura, obediencias indebidas, más balas «perdidas», operativos de televisión y efectivos sin identificación, conforman el aparato de amedrentamiento transferido a cierto «pibe malicioso», un cuento erigido sobre algún morboso texto de la falsedad, para que valga como pretexto el «contexto de peligrosidad». Demonios, si probaran dispararle al qué dirán, seguramente descubrirían los negocios que hacen con él, pero bastan los testimonios de Iván y Ezequiel, secuestrados por «agentes aislados» de la Policía, ante «agentes aislados» de Gendarmería, que no hicieron valer su investidura ante los «agentes aislados» de la Prefectura: les vieron rasgos de malos, los recontramilmataron a palos, los esposaron, los encapucharon, los quemaron, los hicieron bailar, los obligaron a rezar, les metieron un fierro en la cabeza y, con toda la firmeza del macro encubrimiento, los sometieron a un simulacro de fusilamiento, mientras celebraban verlos llorar, «porque total nadie los quiere escuchar». ¡Distraídos! Por ahí, andaban 30 mil desaparecidos, así como están desaparecidos nuestros barrios del mapa, por si asustamos a otros…
Agárrense la chapa,
que ahora hablamos nosotros.