7 junio, 2018
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Feliz día viejo, sos inmortal

 


* Por Alejandra Conti,  
hija de Haroldo Conti.

 

Además de ser un periodista y un reconocido escritor, mi viejo era un tipo maravilloso, un aventurero. Nos unían mucho los animales y las salidas al zoológico, porque amaba las mascotas. Tanto, pero tanto que una vez nos trajimos una perrita callejera en barco, desde Uruguay y debajo del asiento del Renault 4, porque sí, ¡era un loco lindo! Un hombre que no concebía un modo de hacer periodismo a la distancia de los hechos: si escribía sobre el Tigre, no sólo quería ir al Tigre, debía ir al Tigre.

 

Viajaba hasta allá y no sólo comía pan allá, ¡hacía el pan junto a los vecinos allá! Ahí nacía su impronta, no en la historia, sino en su cercanía fuerte con esa historia, con los demás, siempre desde una poderosa rigurosidad. De hecho, en casa nos ponía horarios para ver la televisión, porque no quería escuchar ruidos mientras trabajaba. Cuando se encerraba, ya no debía volar ni una mosca: sólo aceptaba el ruido de las teclas, sobre su máquina de escribir, ésa que seguro hoy seguiría usando. Y sí, cuando le interesaba un tema, por supuesto investigaba a fondo, como lo hizo en su novela Mascaró, donde el personaje principal cocina y es bien precisa la receta. ¡Hasta en eso era minucioso!

 

Si estuviera vivo, en este Día del Periodista, intuyo que reflotaría algunas partes del artículo que redactó sobre el FMI en la Revista Crisis, hace más de 40 años. Por aquel entonces, no había mucha información como en la actualidad, pero teniendo todas las causas y las consecuencias que hoy ya conocemos, creo que le pondría más datos todavía. Es más, creo que también le pondría el cuerpo, porque su resistencia y sus ideales estaban también en la calle, acompañando a su pueblo.

 

Durante la dictadura nunca supe a lo que se exponía. Me acuerdo cómo buscaba firmas en las librerías para liberar a presos y que también habíamos asimilado determinadas conductas, pero sin tener un conocimiento real del peligro que corría. Sin embargo, yo presentía lo que podía ocurrir y un día llegué a decirle: “Papá, ¿por qué no te vas?”. No me contestó. Yo tenía 17 años y decidí respetarlo, en su silencio. Con el paso del tiempo, siempre tuve la esperanza de reencontrarlo. De tenerlo conmigo, para darle un abrazo enorme y, entonces sí, preguntarle: “¿Por qué no te fuiste del país, papá?”. Aun así, no le reprocho nada, porque a los periodistas como él, sólo podemos agradecerles por abrir los ojos propios y los ajenos, a cualquier costo.

 

¡Cómo no admirarlo!

 

Solía dar clases muy cerca de mi casa y, en algunas ocasiones, lo pude acompañar, lo quise acompañar, porque siempre buscaba la vuelta para disfrutar de la docencia y motivar a sus alumnos. De hecho, influyó mucho en mí, que llegué a definirme como «docente de alma». Y ni hablar de Julián, mi hijo, su nieto, que tomó su propio camino y estudió periodismo, nunca desde una obligación, sino desde un interés profundo, genuino. Una decisión muy fuerte y movilizadora, para toda la familia. Pues hoy, su legado es enorme, porque su persona y su obra trascienden las épocas, las edades, los países y las culturas. No pudieron vencerlo, ni podrán someterlo a una línea editorial…

 

Quisieron desaparecerlo,
¡pero mi viejo es inmortal!