Si le dieran a los familiares de tantas pibas quemadas, violadas, ahorcadas, acuchilladas, empaladas o enterradas, un ratito del tiempo, la bola y el oído que le dieron en televisión al violador Rodrigo Eguillor, tal vez tendrían un cachito menos de cinismo y un poquitito más de credibilidad.
No se llama periodismo.
Se llama complicidad.