En el Día contra el homoodio y el transodio,
gritamos historias y nos visibilizamos porque existimos…
en nuestras casas aunque nos echen,
en las escuelas que nos expulsan,
en la calle contra las redes de trata,
en los barrios afrontando el estigma,
en la identidad que no reconocen ni respetan,
en la sociedad que nos maltrata y excluye,
en las represiones de la Policía,
en un mundo con privilegios para pocos,
en la batalla contra la moral,
en la ausencia de nuestros derechos,
en la indiferencia estatal,
en la expectativa de 36 años de vida,
en el pedido por el cupo laboral,
en cada paso, en cada conquista,
¡hasta erradicar el travesticidio social!
“Ser trans es lo mejor que me pasó en la vida. ¿Por qué? Porque pude elegir quién soy y tener el nombre que más me gusta. Mi transición fue complicada, me sentía muy nervioso, pero con el tiempo me fui adaptando: aprendí a levantar la cabeza aun cuando me maltrataban por mi identidad. Estoy feliz aunque a algunas personas no les guste o piensen que estoy loco. Muchas veces he ido a buscar trabajo y me rechazaron directamente: ‘No aceptamos personas trans, lo lamentamos’. Escuchar esas cosas es un golpe muy duro, pero no tenemos por qué ocultarnos… debemos mostrarnos, que el mundo sepa que existimos las y los trans”.
Francisco Paz, 20 años, Villa Soldati, CABA.
“A los 15 años ya tenía definida mi identidad de género, pero preferí ser transformista por varios años porque en ese momento decir ‘quiero mi propia identidad, me voy a vestir como mujer, voy a ser mujer’, era inaceptable para la sociedad; hasta mis amigos se sentían confundidos. A los 17, decidí ser trans. Si bien pude terminar la secundaria y me recibí de técnica en Seguridad e Higiene, también hice cursos empresariales y gastronomía rápida. Haber estudiado fue una lucha enorme. Por suerte tengo una familia hermosa, respetuosa conmigo, que es mi cable a tierra. Ser trans es ser libre. Me siento orgullosa de ser una mariposa y villera”.
Dana Valiente, 47 años, Barrio Ñu Porá, Misiones.
“En un principio, gran parte de mi familia me rechazaba, le llenaba la cabeza a mi mamá, diciéndole que era una mala madre por aceptarme como era. Sin embargo, ella y mi abuela fueron las que siempre me apoyaron. Siempre supe quien quería ser y sabía lo que se me venía si lo decía, pero me arriesgué y terminé en la calle. Estudié peluquería, pero no conseguía trabajo en ningún lado y en los pocos lugares en los que sí me aceptaban, pedían que me presente con un traje masculino. Luego puse mi propio local y ahí la gente comenzó a mirarme de otra manera. Algunas personas todavía ni me hablan siquiera, pero otras confían y me quieren como soy”.
Miriam Dávalos, 49 años, Barrio Obrero, Formosa.
“A los 9 años le dije a mis papás lo que quería. Fue difícil el camino, pero me aceptaron como soy y la gente que me rodea también me quiere así. Así soy feliz. ¡Muy feliz! No niego que he pasado malos momentos: me han excluido de trabajos por el simple hecho de ser trans, en varias entrevistas me miraban con cara rara o directamente rompían mi currículum. Hay mucha gente que no acepta que existamos, incluso nos dicen que no somos personas. La sociedad tiene que abrir la mente y comprendernos”.
Laura Rojas, 20 años, Villa Soldati, CABA.
“En mi infancia y adolescencia me sentí presa. La tristeza me invadió por mucho tiempo. Eran indicios, estaba buscando mi libertad ante lo biológico y lo culturalmente instaurado. Yo tenía pene, pero no me sentía un varón; entonces vivía con esa amargura. Comencé a autopercibirme como una chica trans al terminar el secundario y en la madrugada del día siguiente a que se sancione la Ley de Identidad de Género, fui al registro civil. No importa si tendría tetas o no, si tendría vagina o no, ¡iba a tener por escrito algo que dijera: ‘Yo soy Sofía’! Con el tiempo, mi único interés fue conseguir recursos económicos para transformarme en lo que quería. Para mí, autopercibirme como una mujer trans fue una expresión de libertad y de valentía. Ser travesti es la libertad absoluta, es quedarte, resistir, luchar, avanzar y no retroceder”.
Sofía Morcillo, 28 años, Barrio Quintana, Corrientes.
“Cuando tenía 19 años volvía del colegio y mi mamá me estaba esperando para decirme que un vecino le había contado que me gustaban los varones. Yo le contesté que sí, que era verdad y le pedí que me diera 15 minutos para irme de la casa. ‘¿Quién le dio permiso para levantarse? Al que no le guste como es usted, que se vaya, ¡ahí tienen la puerta!’, me respondió ella. Me acompañó en todo el procesode transición: mi primer maquillaje, la confección de mi primera pollera. Me ayudó a ser quien soy y siempre tuve su consentimiento. La identidad trans es difícil y ser villera no facilita… a nosotras que vivimos en los barrios, se nos hace casi imposible no volcarnos a la prostitución, pero nos la tenemos que rebuscar. Por eso, acá estoy y pronto abriré un comedor trans”.
Noemi Valentina Maldonado, 50 años, Barrio Yapeyú, Córdoba.