Con la solidaridad flameando por los aires de las villas, esquivando los tendidos eléctricos precarios y sobrevolando las filas de los espacios alimentarios, una olla es revuelta con la fuerza del compañerismo, que también golpea las puertas de las casas para alcanzar la vianda y los medicamentos a quienes más necesitan. Ante la falta de agua y los frecuentes cortes de luz, suena el himno de las barriadas, el grito de abajo: ¡Dignidad, dignidad, dignidad!
En la patria baja no tenemos feriado y conmemoramos diariamente la historia que nos trajo hasta acá, reivindicando las manos de las y los vecinos que siempre sostuvimos las redes de contención que nos salvan todos los días, fundamentalmente durante esta pandemia que expone la desigualdad estructural y reafirma la humanidad que nos compone. Por eso es vital cuidar a quienes nos cuidan y buscar alternativas para protegernos colectivamente en una crisis de esta magnitud.
Al gran pueblo villero, ¡salud!