Envueltos en cartón y abrazadas por las chapas de nuestras paredes, nos levantamos como Villa «La Veredita» desde el 2008. El nombre lo llevamos porque nuestras casillas se enfilan, literalmente, sobre la calle, repletas de necesidades básicas insatisfechas potenciadas en la cuarentena. En Villa Soldati, a una cuadra de Villa Fátima, compartimos los mismos reclamos: no tenemos conectividad para estudiar y los tendidos eléctricos son absolutamente precarios. Comprar garrafas cada día nos cuesta más y el agua no corre por acá.
Más de 150 familias sobrevivimos abrigadas con lonas; hay muchas chicas y chicos que sufren problemas respiratorios. El hacinamiento es parte de nuestra cotidianidad: hay hasta 11 personas viviendo en pequeñas habitaciones, sin poder respetar el distanciamiento social. Sufrimos las dificultades para acceder al agua, hasta hay casos de pibas y pibes con parásitos por esta situación, que tampoco le da tregua a nuestra vecina Tamara: «Guardamos agua en baldes. En mi caso, lleno un tacho de noche para usarlo durante el día. Siento que mis derechos están vulnerados y me da bronca porque con eso tenemos que bañarnos, lavar la ropa, los platos y cocinar. Ahora es súper necesario porque nos tenemos que lavar las manos». Mientras que, a modo de parche, la Unidad de Gestión de Intervención Social diariamente nos trae agua en camiones cisterna, y ahí vamos: en filita con nuestros baldes para conseguir nuestro derecho a cuentagotas.
En ese círculo vicioso que nos provoca la falta de servicios básicos, las y los vecinos vamos puerta a puerta preguntando si a alguien le sobró aunque sea un poco para compartir. Pero a nadie le alcanza lo que junta. Entonces, el agua utilizada para cocinar termina siendo la misma que acumulamos para «tirar la cadena» del inodoro.
Mientras seguimos proyectando cómo resolver las demandas urgentes, de nuestro lado de La Veredita nos choca esta realidad.
Sigamos haciéndole frente: #ContagiáPotabilidad.