Ante la incertidumbre del virus y de un Estado de facto que niega nuestra plurinacionalidad, le hacemos frente a la pandemia con nuestros saberes ancestrales, tradicionales y populares que han resistido todo tipo de colonialidad, modernidad, neoliberalismo y cuyas lógicas son deslegitimadas tanto por el mercado, como por algunos sectores de la academia.
Sobrellevamos sus consecuencias económicas y de salud a través del cuidado colectivo, porque entendemos que hacerlo en este contexto es un acto político y un deber comunitario. Si bien no hemos recibido insumos de bioseguridad, la medicina ancestral refuerza nuestros sistemas inmunes a través de infusiones de hojas de eucalipto, manzanilla, taratara y alimentos como la quinua.
También, ante la falta de alimentos y los bloqueos que impiden el comercio de nuestra producción, contenemos la situación con la pesca en nuestros ríos, la caza en nuestra montaña, el cultivo familiar y de tierras comunitarias, así como a través del trueque que hemos visto entre la Central Cachi Cachi de Oruro y la Central Ivirgarzama de la Federación Carrasco; o, a menor escala, entre familias que intercambian caza, pesca, maíz, yuka, papa, chivas, gallinas, entre otros productos de la economía familiar doméstica. Esto demuestra que, en nuestras comunidades, el profundo sentido de lo colectivo hace que, si uno tiene, tengamos todos.
La medicina ancestral, el trueque y el libre compartir nunca fueron un pasado y actualmente se ejercen con mayor fuerza. Son formas que se actualizan y rompen las lógicas mercantilizadoras de la vida y los Derechos Humanos, asegurando que no haya carencias en ningún núcleo familiar.
Con algunas de nuestras comunidades aisladas voluntariamente y muchas resguardándose, seguimos exigiendo los instrumentos e insumos necesarios para reforzar nuestros centros de salud. De la misma manera, exigimos atender la crisis económica que se profundiza ante la imposibilidad de poder vender nuestras artesanías y producciones con políticas sociales.