Por Flora Huaman Ramos
Hola, sí, Flora, me llamó Flora. Pero mejor díganme “la mamá de Gastón”, porque eso soy, la mamá de Gastón Arispe Huaman, un niño que lamentablemente jamás registraron los funcionarios de la Ciudad. Y entonces me decidí a escribir estas líneas para que, por fin, lo puedan descubrir. Mi hijo era buenito. Era, ¿entienden? Un niño que no le hacía mal a nadie y que vivía muy alegre, siempre interesado por los demás. Unos meses atrás, había terminado la primaria y ese día, esa maldito día, volvía de su segunda clase en el secundario, feliz por haber arrancado otra nueva etapa. Estudioso, amaba la música y soñaba tener una flauta en casa para poder practicar. Pero nada adoraba más que a los animales, nada. Y por eso, como no podíamos darle el gusto del instrumento, aceptamos traer una gatita de la calle, Morita.
Siendo tan objetiva como puedo ser y sin hablar sólo como su madre, les puedo asegurar que no es fácil encontrar un chico así de puro, tan bonachón y tan amiguero que compartía todo, aun cuando no quedara nada para él. Porque a pesar de su corta edad, era fácil advertir cómo se esforzaba por incluir a todos los demás y porque nadie se sintiera como alguna vez nos sentimos nosotros, del otro lado del mostrador…
Conmigo, la relación era especial. Más allá del vínculo de sangre, éramos amigos, compañeros. Y cuando volvía cansada de trabajar, toda contracturada, ya desde chiquito me pisaba la espalda… “Ahora que estoy grande, no puedo mamá, te voy a aplastar”, me decía, mientras yo disfrutaba los mejores masajes de mi vida. Otras veces, ahora que estaba grandote, me cargaba sin esfuerzo, para sonarme la espalda, hasta dejarme “lista para jugar”.
Atrapada por la música de los ’80 que me encanta, muchas veces lo perseguía alrededor de la mesa, para hacerlo bailar conmigo. Y corríamos como dos niños, hasta que por fin se dejaba atrapar, porque él también quería bailar… ¿Y ahora, qué? ¿Debiera aprender a bailar folclore sola? Lejos del Perú, mi tierra natal, no pude volver todas las veces que lo necesité, por el costo del pasaje, pero no me importaba, porque podía viajar en su sonrisa y en las canciones que me bajaba de Internet. ¿Y ahora qué? ¿Debiera aprender a vivir sin él?
Desde bebé, como dicen todos los que siempre dicen, le inculqué los mejores valores y el buen hábito del deporte. Yo misma le enseñé a jugar al vóley. Y la última vez, de verdad, me quedé con la boca abierta al ver cómo había aprendido, las pelotas que salvaba, los puntos que metía, los saltos que pegaba… Claramente, había superado a su maestra. Y era el mejor. ¿Entienden? Para mí, era el mejor, tan lindo, tan grande…
¿Por qué murió? ¿Eh? ¿Por qué? Porque el pozo ciego que debí hacer yo misma, 14 años atrás, seguía siendo igual de precario, a pesar de haber tomado todos los recaudos posibles, en un barrio donde no se ha cumplido la ley de urbanización, pero encima está prohibido el ingreso de materiales. Leyeron bien, 14 años acá, atrás de Puerto Madero, laburando y sobreviviendo como podemos, todavía sin cloacas, al costado de ese pozo de mierda que la UGIS mantiene abandonado, porque pasan muy esporádicamente a vaciarlo y, aun en esos casos, nunca los vemos, porque vienen en horario laboral.
Por eso, sólo por eso, estuve obligada a cavar otro pozo y ni siquiera pude terminarlo rápido, por esa maldita norma que nos impide garantizarnos nuestro derecho a la vivienda, con nuestras propias manos. A escondidas, como podíamos, íbamos entrando los materiales necesarios para construir eso que no era un lujo, ni una piscina, ni una cancha de tenis: era un pozo, para hacer nuestras necesidades. Porque sí, somos seres humanos.
Calladitos, en puntas de pie, como si estuviéramos robando, íbamos ingresando los materiales que compramos con nuestro dinero, para terminar el pozo antes de que nos tapara la mierda del pozo que abandonaron ellos. Y a falta de la tapa indicada, le pusimos maderas encima. ¿Porque somos irresponsables? ¿Porque somos ignorantes? ¿Porque somos malos padres? No, ¡porque somos pobres! Y porque nadie nos escuchó cuando pedimos que lo hicieran bien, como tampoco nos escucharon cuando pedimos tener cloacas, luz y agua, ¡pagando impuestos! Por supuesto, porque nadie pide que nos regalen nada. Tan sólo que nos traten como ciudadanos, con responsabilidades. Y derechos.
¿Entienden? A ustedes les hablo, funcionarios de la Ciudad: estoy muerta, muerta en vida por la ausencia de mi hijo, que era mi motor. Y ahora no puedo moverme. Ojalá, de corazón, ojalá que nunca ninguno deba pasar por este inmenso dolor, porque no se lo deseo a nadie en este mundo. Ni siquiera a ustedes. Pero créanme que, por momentos, no puedo más. Me hicieron perder la fe en la humanidad.
¿Qué quiero ahora? ¿Para qué esta carta? Quiero que se haga justicia, con los que no cumplieron su trabajo, porque el SAME no quiso entrar. Me exigían que acercara a mi hijo hasta la salida del barrio, un barrio que jamás tuvo incidentes con un equipo médico, mientras nosotros les explicábamos que eso era imposible, porque mi hijo estaba en un pozo, desmayado y hundido a tres metros de profundidad… No entraron. ¿Entienden? No entraron.
¿Qué debiera decir entonces? ¿Qué debiera sentir? Pues siento asco, sólo asco e indignación, con toda esa perorata de la “ética”. Fueron mis vecinos, esos “villeros peligrosos”, quienes hicieron lo posible y lo imposible también, para sacar a Gastón del pozo, esos mismos vecinos que corrieron en vano hacia la Prefectura y la Policía Federal… Porque no, ellos tampoco podían hacer nada. Ellos no están para sacar niños que caen en pozos, ni madres que caen en la desesperación. Ellos están para controlar que no ingresen los materiales de la construcción.
Sin señal telefónica, porque no contamos con esa comodidad en esta puntita de la Costanera Sur, sólo nos quedaba insistir. Y de tanto discutir, finalmente un prefecto tomó la decisión de llamar al SAME, que entonces sí, aceptó entrar con total tranquilidad, como si todos esos llamados previos no hubieran existido. ¿Pero saben qué? Gastón ya se había ido.
Aparentemente, para el SAME era muy riesgoso entrar hasta ahí, hasta ese mismo lugar donde minutos después entraba sin problemas la Policía Criminalística, para recoger las evidencias de “la tragedia”. Y sí, quiero que todos lo sepan porque me parece justo, tan justo como destacar al cuerpo de bomberos, los únicos que se portaron como seres humanos, gritándome “corra señora, corra hasta el lugar, que nosotros la seguimos”.
Ustedes, señores y señoras del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, los que nos cercan, los que nos aíslan, los que nos ocultan, son responsables por la muerte de Gastón, esa muerte que tampoco conmovió a los canales de televisión. Y por eso, desde esta Garganta que nos sirvió para darle difusión a nuestra verdad, escribo esta carta esperando que el caso tome mayor trascendencia, pero también que todos tomemos conciencia.
A un mes de su muerte, me siento perdida. Tengo que hacer mil trámites, moverme para que no duerman la causa… Y no sé, no sé nada, me encuentro desconcertada. Cuanto más pasan los días, más siento que su muerte se pudo haber evitado, que ese peligro estaba anunciado y que también estaba denunciado, pero todos miraron para otro lado. No se imaginan mis noches, ni mis días. Me siento sola y desprotegida, por esos funcionarios que no sólo dejaron morir a mi hijo, sino que además se acercaron a mi casa para prometerme soluciones de infraestructura cuando ya era tarde, comprometiéndose “de corazón”, por miedo a que pudiera lastimar su imagen públicamente. ¿Pero saben qué? Esas promesas tampoco se cumplieron. Y cuando fui a la Jefatura a pedir explicaciones, ni siquiera me quisieron atender.
Por eso, esta carta, este pedido de auxilio y este grito, a un mes de la muerte de Gastón. Siento cansancio, bronca y dolor, mucho dolor, pero tan sólo reclamo Justicia, con el corazón y desde el amor, para que todos los chicos de la Rodrigo Bueno puedan tener un futuro mejor.
Gracias por escucharme, gracias por entenderme y gracias por acompañarme, a todos los que leyeron estas líneas y a todos los que me ayudan cada día a mantener la entereza. No voy a bajar los brazos.
Mi lucha recién empieza.
que triste historia. ´que triste mundo.