A lo lejos se divisan los caminantes, cuerpos pequeños trajinando con mochilas repletas de ilusiones. Otros cargan directamente cartucheras de herramientas, cuadernos de imaginación y carpetas de vivencias, apretándolas fuertemente entre sus manos. Se los ve venir con andar cansino, pero subiendo una calle y pateando la siesta cordobesa, con una sonrisa, mucho más relacionada con apasionantes saberes que con tristes deberes. Algo en breve los espera.
Poco a poco van llegando. Son unos 15 los más puntuales. Bajitas, altos, chicas, chicos, de primer grado, y de segundo, y de sexto, y de primer año… ¿Qué está pasando? ¿Qué reúne a todos en Bajo Yapeyú? ¿Por qué tantos chicos, tanta carpeta y tanta hoja despabilando a la preciosa siesta cordobesa?
Es sábado en Bajo Yapeyú. Y es hora de la gran reunión en el comedor, frente al Campito de Todos, ni más ni menos que para aprender todos, de todos. Nos une cada sábado, desde las tres de la tarde, la necesidad y el compromiso del barrio con el apoyo escolar. Matemática, Lengua, Ciencias Naturales, Sociales, Física, Geografía y cuanta materia resulte invocada será siempre bienvenida, ya que el trabajo en equipo como respaldo del recorrido escolar nos permite sortear dificultades curriculares, evitar retrasos o incluso deserciones. Pero hay algo más…
Algo está dando vueltas, Che. Todos compartimos experiencias cada sábado en el comedor; todos aprendemos algo. Nos transformamos en docentes y estudiantes, en sabiondos y aprendices, en compañeros y directivos. Todos nos transformamos. Y tal vez ahí hayamos aprendido ya lo más lindo del apoyo: no existe en versión individual. Aislado, el apoyo simplemente deja de ser y pierde su condición indispensable, puesto que no es posible si no es con otros, por otros, junto a otros, como el fútbol popular, como tu vida, como la mía, como el mundo que soñamos.
Hay apoyo, si hay grupo. Y si hay grupo, hay apoyo. Así es que los chicos arriman bancos y sillas, acomodan los tablones, desenfundan cartucheras, abren carpetas, sacan punta a los lápices. Se arma algo lindo. Un grupo de trabajo grande y diverso, atiborrado de hombros y entusiasmo, se pone en marcha con muchas ruedas, con mucho equipaje, con mucha nafta. Entre resta y suma, sujeto y predicado, una estudiante de 12 años se acerca a un vecino más pequeño aún y, mirando su cuaderno, se ofrece: “Esa tarea ya la vi, y te puedo ayudar si querés”. Quizá, en vez de apoyo escolar, sea más lindo y más justo llamarlo Apoyo Popular.