Diversas experiencias en los distintos ámbitos donde aprendemos nos marcan a fuego, circulan por todos lados y nos enseñan que vale la pena buscar el trampolín al conocimiento, aun desde las plataformas más aterradoras.
Entre las tareas a resolver, la tarde cordobesa de apoyo popular en Bajo Yapeyú se encontró con un dolor sembrado hace 27 años: “Cuál es su opinión sobre la guerra de Las Malvinas” fue la consigna que le dieron a Ayelén en el cole. Con tan solo 9 años, sus dudas eran miles y su curiosidad superaba los límites de la tarea escolar. Sheila, como buena hermana, también participaba y ayudaba en la búsqueda de respuestas, mientras chicas y chicos cuchicheaban y cultivaban ideas, antes de que se armara la charla entre todos.
La ansiedad de los chicos los llevaba a investigar lo sucedido desde el principio, pero mejor, ir pasito a paso. Primero hubo dos preguntas fundamentales: ¿Qué es una guerra? ¿Qué son Las Malvinas? Las diferentes ideas que cada uno traía en su cartuchera nos hicieron concluir en que una guerra es una ocasión donde la gente utiliza armas y se arreglan los problemas mediante el uso de la violencia: “Yo no estoy de acuerdo con eso”, adelantó Aye. Luego, con un mapa, aprendimos que Las Malvinas son unas islas que están en el sur, allá donde hace mucho, mucho frío y, finalmente, interpretamos que la guerra entre la Argentina e Inglaterra fue la puja por la posesión de esas tierras, en la empírica violación de la soberanía de un país más débil que otro. Sí, pero también fue un cerebro represor oxidado por el alcohol, el criadero imperialista de un Cóndor demente y la alienación de un pueblo oprimido a partir de un genocidio camuflado desde los mismos medios de desinformación que alentaron un estéril nacionalismo, como entes serviles que le guardaban bien ocultos ése y muchos otros móviles a la criminal dictadura militar, estirando y oscureciendo los días negros de la Argentina, a fuerza de tantas mentiras, de tantas vidas, de tanta muerte.
De la guerra, volvimos a nuestra cotidianeidad, pues la historia de ayer se vuelve una hoja de ruta imprescindible hoy, para caminar hacia el mañana. ¿Por qué alentaba entonces al terrorismo de Estado el mismo imperio que ahora se autoproclama antiterrorista? ¿Por qué intentan dar cátedras de moralina las mismas páginas que se volvieron ilegibles con tanta letra borroneada y tanto papel manchado, por la humedad del whisky, la sangre y las lágrimas?
Así, surgieron cuestionamientos a los modos de resolver los conflictos, que esto, que lo otro y que lo demás también, pero colectivamente entendimos que estudiando, adquirimos armas para asesinar a la injusticia; armas sin fuego que nos permiten argumentar nuestra posición, porque no hay mejor trinchera que una cimentada en el diálogo y la razón. Además de la muerte, el miedo y el último segundo de una mirada acribillada, lo malo de tanta guerra sembrada hoy en todo el mundo es que sus bombas, rellenas de impotencia por no haber podido jamás vulnerar al búnker de las ideas, se desquitan haciendo estruendosas explosiones de dolor que dificultan oír el grito de justicia y nos niegan la capacidad de escucharnos. Lo triste de tanta muerte injustificada es que, otra vez, los que informan son ellos.