Durante algunas tardes de martes se había ido esbozando un espacio. Un espacio compartido para empezar a trabajar todos juntos, para ir construyendo un lugar de encuentro que no dejara afuera a nadie, en el que cada uno tuviera voz para decir su punto de vista, oídos para modificarlo, pies para pegarle a esta pelota que se agranda con los gajos que cosen nuestras manos. Así, le fuimos poniendo el hombro y todo fue tomando cuerpo. Primero había arrancado como recreación, pero se enganchaban sólo los más chiquitos, mientras la mirada tímida de los más grandes reclamaba un cambio. Al mismo tiempo que pateamos por este camino vamos afinando el rumbo. Por eso, con sólo cuatro montañas de piedras a modo de arcos, transformamos ese rectángulo de tierra en el campo de juego que fue la sede del primer entrenamiento de Fútbol Popular de este nuevo espacio poderoso de la Villa 21.
Entre 6 y 11 años tienen los quince pibes y pibas que hicieron debutar las rondas con eje de pelota en el barrio y que sueñan con un potrero que tenga arcos con postes y travesaño, líneas… y que sea de todos. Pichi llevó la pelota. Que el juego fuera mixto no trajo problemas, sino jugadores y jugadoras entusiasmados. Al poner las reglas, todos acordaron que no valía barrer. Y empezó el partido con esa ronda y después empezó a girar la pelota de acuerdo a la ronda. Y llegaron varios goles, pero como no sólo los goles eran motivo de felicidad, se dibujaron muchas más sonrisas. Y hubo otro gol.
-No.
-Sí, fue gol.
-No, estabas muy cerca cuando se sacó el foul.
-No hay ninguna regla que diga que eso no vale.
Espontáneamente nos fuimos juntando todos para resolver esa jugada. Los integrantes de los dos equipos, que en realidad es uno solo, decidieron que el gol no había valido, que se sacara de nuevo y que había que poner una regla más que no se había tenido en cuenta antes: una distancia mínima de un paso.
El Fútbol Popular se iba poniendo de pie en el barrio y todos nos íbamos sentando en la ronda que culmina el partido. Uno de los chicos propuso que pensáramos un nombre para el equipo. Hubo algún atisbo, pero nadie estaba muy convencido, y nos pusimos de acuerdo en seguir pensando cómo queremos llamarnos, para volver a debatirlo en los próximos entrenamientos. Y Nico, que había entendido muy rápido que las reglas las ponen los jugadores porque son quienes conocen la cancha, sugirió, tímido pero bien definido: “Che, ¿y si para terminar nos pasamos la pelota en ronda y cada uno cuenta cómo se sintió jugando este partido?”.
Parecía que se terminaba la primera práctica en el nuevo espacio. Nico dio el primer paso y el pase inicial para empezar a pensar que si compartimos nuestras ideas y sensaciones podemos ponernos de acuerdo aunque haya desacuerdos. Terminamos cansados de tanto pasarnos la pelota y de tanto contagiarnos esas ganas de seguir adelante. Pero entendimos entre todos algo fundamental: no se terminaba nada en esa ronda. Los pibes redoblaron el compromiso y decidieron convertirla en un punto de partida, para asegurar que no habrá un triple silbato de un árbitro que dará por finalizado el partido. Porque empezamos jugando en nuestro presente y soñando con nuestro futuro, mediante discusiones que se transforman en acercamientos y goles que inflan redes, regando esperanzas.