Podría ser un día sólo de pesadumbre el que se recuerda como el del aniversario de la muerte del Che. Y sin embargo, no es el día en que lo asesinaron, porque fue el 9 de octubre; ni es el día en que murió. Es el día en que en lugar de morir confirmó su inmortalidad. Porque como dijo Fidel hace ya 22 años en el discurso del vigésimo aniversario, del cual compartimos algunos fragmentos, “el Che está vivo realmente”. Está presente en cada lucha popular del mundo, en cada jornada del trabajo voluntario que promovió, que sigue promoviendo, en cada esfuerzo por acercarse al hombre nuevo que él proclamó y encarnó en el “individuo que se entrega en cuerpo y alma a una causa, el individuo que se entrega en cuerpo y alma a los demás, el individuo verdaderamente solidario, el individuo que no abandona jamás a un compañero, el individuo austero; el individuo sin una sola mancha, sin una sola contradicción entre lo que hace y lo que dice, entre lo que practica y lo que proclama”. A pesar de toda esa impotencia, que potencia, generada por saber que hace 42 años fue fusilado, queremos que en cada acción y en cada decisión de las manos que comandan esta moto, el Che esté vivo. Porque La Poderosa mañana cumple cinco años porque él existe. Porque La Poderosa existe porque él existe. Por eso, para siempre comandante.
Fragmentos del discurso pronunciado por Fidel el 8 de octubre de 1987, en el acto central por el XX Aniversario de la caída del Che:
Fueron, en fin, tan peculiares las circunstancias de nuestras relaciones con el Che, la historia casi irreal de la breve pero intensa epopeya vivida en nuestros primeros años de la Revolución, habituados a convertir lo imposible en posible, que yo le explicaba al periodista mencionado que uno experimentaba la permanente impresión de que el Che no había muerto, que el Che seguía viviendo. Por tratarse de una personalidad tan ejemplar, tan inolvidable, tan familiar, era difícil resignarse a la idea de la muerte física, y a veces soñaba —todos soñamos con episodios relacionados con nuestra vida y nuestras luchas— que veíamos al Che, que el Che regresaba, que el Che estaba vivo, ¡cuántas veces!, le decía. Y le referí esos sentimientos, que uno raras veces cuenta, lo que da también idea del impacto de la personalidad del Che, e idea también del grado tan alto en que el Che está vivo realmente, casi como si su presencia fuera física, con sus ideas, con sus hechos, con sus ejemplos, con todas las cosas que creó, esa vigencia de su figura y el respeto hacia él no solo en América Latina, sino en Europa y en todas partes del mundo. Como habíamos pronosticado aquel 18 de octubre, hace 20 años, se convirtió en un símbolo de todas las personas oprimidas, de todas las personas explotadas, de todos los patriotas, de todos los demócratas, de todos los revolucionarios; en un símbolo permanente e invencible.
No tiene nada de extraño si uno, no solo en la vida de cada día palpa su presencia, sino hasta en sueños se imagina que el Che está vivo, que el Che está actuando y que su muerte no existió nunca. Al fin y al cabo, debemos sacar la convicción, a todos los efectos en la vida de nuestra Revolución, de que el Che no murió nunca y que el Che, en la realidad de los hechos, vive más que nunca, está más presente que nunca, influye más que nunca, y es un adversario del imperialismo más poderoso que nunca.
Hoy no se le rinde tributo al Che una vez al año, ni una vez cada 5, 10, 15, 20 años; hoy se le rinde homenaje al Che todos los años, todos los meses, todos los días, en todas partes, en una fábrica, en una escuela, en una unidad militar, en el seno de un hogar, entre los niños, entre los pioneros que quién puede calcular cuántos millones de veces han dicho en estos 20 años: «¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!».
Ese solo hecho que acabo de mencionar, esa sola idea, ese solo hábito por sí solo constituye una presencia permanente y grandiosa del Che. Y creo que no solo nuestros pioneros, no solo nuestros niños, creo que todos los niños de este hemisferio, todos los niños del mundo podrían repetir esa misma consigna: «¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!».
Si hace falta un paradigma, si hace falta un modelo, si hace falta un ejemplo a imitar para llegar a esos tan elevados objetivos, son imprescindibles hombres como el Che, hombres y mujeres que lo imiten, que sean como él, que piensen como él, que actúen como él y se comporten como él en el cumplimiento del deber, en cada cosa, en cada detalle, en cada actividad; en su espíritu de trabajo, en su hábito de enseñar y educar con el ejemplo; en el espíritu de ser el primero en todo, el primer voluntario para las tareas más difíciles, las más duras, las más abnegadas, el individuo que se entrega en cuerpo y alma a una causa, el individuo que se entrega en cuerpo y alma a los demás, el individuo verdaderamente solidario, el individuo que no abandona jamás a un compañero, el individuo austero; el individuo sin una sola mancha, sin una sola contradicción entre lo que hace y lo que dice, entre lo que practica y lo que proclama: el hombre de acción y de pensamiento que simboliza el Che.
En nuestro pueblo, en los pueblos de América Latina y en los pueblos del mundo, hay muchos Che. Pero, ¿por qué los llamamos hombres excepcionales? Porque, realmente, en el mundo en que vivieron, en las circunstancias que vivieron, tuvieron la posibilidad y la oportunidad de demostrar todo lo que el hombre con su generosidad y su solidaridad es capaz de sí. Y es que, verdaderamente, pocas veces se dan las circunstancias ideales en que el hombre tiene la oportunidad de expresarse y de reflejar todo lo que lleva dentro, como la tuvo el Che.
Claro está que en las masas hay incontables hombres y mujeres que como resultado, entre otras cosas, del ejemplo de otros hombres, de ciertos valores que se han ido creando, son capaces del heroísmo, incluso de un tipo de heroísmo que yo admiro mucho, el heroísmo silencioso, el heroísmo anónimo, la virtud silenciosa, la virtud anónima.