Podrán volver las botas del imperialismo, embadurnadas una vez más de la bosta adherente de una oligarquía naciocolonial latinoamericana, como si se tratara de una nueva alianza. Podrán proponer sucesores interinos de Videletti, o Pinochetti, o Batistetti, como si el problema fuera el guante y no la mano. Podrán dilatar la restitución de Zelaya y hasta cruzar victoriosos la meta de esas elecciones que esperan para restablecer ‘el régimen democrático’ que aclaman, como si no se tratara de otro puño antipopular. Podrán inundar de mártires los estadios de fútbol de Tegucigalpa, devenidos en centros clandestinos de detención, como si no estuvieran enterrando en la historia el miserable cadáver agusanado de Roberto Micheletti, en una tumba matrimonial, contigua a la de Augusto Pinochet. Podrán encerrar por ‘sedición y protesta’ a Melvin Ortez, líder estudiantil del Frente de Reforma Universitaria, como si les hubiera dado algún resultado haber encerrado al líder de aquel Movimiento 26 de Julio, absuelto finalmente por la historia. Podrán prohibir los medios rebeldes, como si hubieran podido callar la voz de Sandino. Podrán resguardar el poder de esa decena de familias apadrinadas por el padrino del norte, como si no se tratara del padrino de siempre. Y hasta podrán, incluso, si no es que ya pudieron, arrojar hielo sobre la auténtica efervescencia popular, como si no estuviera a la vista la inoperancia fatal de la Carta Democrática de la Organización de Estados Americanos, a la hora de intervenir sin ninguna capacidad de coerción como garantía de un gobierno constitucional. Pero soñando convencer, no sueñen con vencer. Contra el poder popular, no podrán.
Que todavía puedan poder no ha hecho más que incubar horror y dolor, pero desde esa opresión grita más fuerte el pueblo hondureño, mientras nos paramos más firmes los hondureños argentinos, los hondureños cubanos, los hondureños bolivianos, los hondureños venezolanos. La heroica resistencia de Honduras contagia, obliga, alecciona y emociona, por la fuerza viva de nuestra patria grande: y otra vez, no podrán. Contra el ejemplo del pueblo que batalla, contra la fuerza de los músculos latinoamericanos, contra la conciencia política que han afianzado, contra las demandas sociales que fortalecen, contra el Frente Nacional de Resistencia, contra la lucha que comienza… No podrán.
El segundo país más pobre de Centroamérica, donde el 65 % de los habitantes vive en la pobreza y un 20 % consume las tres cuartas partes de los bienes y los servicios, tiene ahora una riqueza que compartir. Dirán que no es nueva la alianza de Brasil con Estados Unidos y que no es sino la gestión diplomática de la nueva potencia del sur la que ha albergado a Zelaya otra vez en sus tierras, agazapado en la embajada brasileña a la espera del poder que, sin dudas, retomará. Pero entonces permítannos, sí, el escepticismo de descreer de cualquier gestión diplomática, sin un pueblo batallador que la motorice. Y no sólo del regreso del presidente, se tratan los frutos de la resistencia. Ante la incapacidad manifiesta de la OEA de devolverle a Honduras todo lo hondureño, la revuelta popular despertó al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que exigió respeto por la integridad territorial e intimó a los golpistas a cesar las agresiones contra la embajada de Brasil, bajo la amenaza de una intervención militar, que puede ser impulsada por decisión del Consejo de la ONU, mediante su capítulo séptimo.
Enfriada intencionalmente desde los Estados Unidos la posibilidad de concretar un levantamiento popular desde la frontera, donde Zelaya pisa más fuerte, la opción impuesta para su regreso al poder pareciera ser aguardar otro ataque a la embajada brasileña para que la contraofensiva internacional, ya anticipada, marque por fin el camino de su retorno, pero la invasión extranjera abriría el juego para la intervención directa de tropas yanquis, camufladas bajo la bandera de Naciones Unidas; una acción que desataría inevitablemente un caos en Centroamérica, tal como se alertó desde Cuba.
Desde su trinchera, Fidel denunció la complicidad estadounidense no sólo en el entrenamiento de tropas golpistas, sino también en la gestión de su fuerza de tarea y del propio Hugo Llorens, cubano americano embajador yanqui en Tegucigalpa. «Se está gestando una revolución», aseguró el líder de la soberanía cubana, quien a la vez sostuvo que «la iniciativa de paz alentada desde Costa Rica fue originada en Estados Unidos e inyectada al presidente de ese país, mientras Obama declaraba, en una universidad rusa, que ‘el único presidente de Honduras es Manuel Zelaya’. Los golpistas estaban en apuros y ese mensaje a Costa Rica buscaba salvarlos». Ahora las posibles soluciones que ofrecen no lo son: ni la legitimación de la dictadura mediante elecciones ilegítimas, ni cualquier acuerdo que no siente de nuevo a Zelaya en su sillón. La opción menos terrible, de las que proponen, suena demasiado optimista: que resulten fructíferas las amenazas del Consejo y Zelaya pueda regresar en paz.
Ante una nebulosa de medios y leyes en la Argentina, hace luces a la distancia la resistencia de Honduras desde la comunicación también, mediante la voz del investigador social Ricardo Salgado, del diario digital Rebelión: «A nosotros sólo nos queda el recurso de la denuncia a través de medios alternativos amigos. En muchos casos, cuando hemos denunciado acciones y planes para concretar el magnicidio, se nos han pedido nombres de fuentes, pruebas de lo que decimos. Señores, la única prueba que podría darles, eventualmente, serían los cadáveres que ya suman cientos. Para nosotros es difícil poner fuentes al descubierto, pero los medios amigos deberían entender que una denuncia no es una noticia; la denuncia todavía representa la esperanza de que se eviten las monstruosidades de los fascistas; una noticia es la presentación de un hecho consumado».
No por casualidad, no por primera vez, un decreto de Somozetti declara la suspensión de las garantías individuales en todo el territorio de Honduras, pero sobre la voz que no lograron, ni lograrán acallar, arden incandescentes las brasas del artículo 3 de la dignidad hondureña: «Nadie debe obediencia a un gobierno usurpador ni a quienes asuman funciones o empleos públicos por la fuerza de las armas o usando medios o procedimientos que quebranten o desconozcan lo que esta Constitución y las leyes establecen. Los actos verificados por tales autoridades son nulos. El pueblo tiene derecho a recurrir a la insurrección en defensa del orden constitucional».