Accidente es la mejor palabra que suelen encontrar algunos grandes medios para definir lo que sucedió hace casi dos semanas en nuestro barrio, cuando eligen contarlo. Un incendio destruyó una vivienda, llevándose consigo las vidas de Celeste, una nena de apenas tres años y la de su abuelo del corazón, Martín. Definirlo como accidente es nuevamente olvidar o no hacerse cargo de la responsabilidad que implica ir más profundo en un hecho en el que Celeste y su abuelo perdieron la vida, llegando hasta las verdaderas causas, en las que se verían afectados muchísimos intereses de los que permiten que suceda semejante atrocidad.
Fue una noche triste de verano. La luz estaba cortada en el barrio y Celeste dormía alumbrada por la luz de una vela. Su abuela Eva y Martín, su pareja, habían salido de la casa. La vela inició una combustión violenta que en segundos llenó de llamas el lugar. Priscila, la hermanita mayor de Celeste de tan sólo cinco años, salió gritando a avisarle a los adultos. Martín corrió a socorrer a la pequeña, pero la intensidad del fuego y el humo pudieron más que su valentía. Una semana después moriría por las severas lesiones sufridas. El relato quizás pueda ser la exacta voz de la crónica policial y pasar a los archivos periodísticos como un incendio más, una negligencia, un trágico accidente doméstico o una fatalidad. Sin embargo, estamos convencidos de que ésa es la forma más simple y violenta de intentar clausurar el pensamiento. Los acontecimientos no hablan por sí solos.
La provincia de Córdoba vivió, desde la segunda quincena de enero hasta principios de febrero, cortes programados del servicio de energía eléctrica. Por la salida de funcionamiento de un importante transformador controlado por la empresa TRANSENER S.A., encargada de operar y mantener la red de líneas y estaciones transformadoras, la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (EPEC) comenzó a distribuir la energía implementando un sistema de cortes en las distintas localidades cordobesas. En el centro de la capital, los cortes se programaban en horas diurnas, mientras que en muchos barrios periféricos tenían lugar por la noche. Las consecuencias para la ciudadanía fueron desde la imposibilidad de combatir el molesto y agobiante calor, pasando por pérdidas económicas en los comercios, hasta la lamentable pérdida de vidas humanas como sucedió en Bajo Yapeyú. No es ninguna casualidad que la noche del incendio la luz estuviese cortada en el barrio. Desde EPEC, el corte del suministro estaba calculado desde las 20 hasta las 23. Las horas nocturnas son las más peligrosas e incómodas. Por un lado, una falta del suministro eléctrico, sumada a todas las otras históricas faltas que sufrimos en el barrio, es un claro atentado contra nuestras vidas. No tardarán en aparecer los pregoneros de la inseguridad y de la mano dura acusando algún robo ocurrido en la oscuridad, y cerrando el círculo de la exclusión; aquel que estas proveedoras de servicios públicos ayudan a sostener con la arbitrariedad de sus decisiones y la falta de un compromiso igualitario con todos los sectores afectados por ellas.
Fueron diecisiete días de oscuridad y padecimiento en los barrios periféricos de Córdoba. La proveedora estatal EPEC y la empresa privada TRANSENER se pasan la pelota, haciendo jueguitos con dos vidas que no merecían este cinismo ni el trato desigual. Con sus pobres soluciones ante las consecuencias de las irregularidades de un servicio público esencial que, como tal, debe estar orientado a satisfacer de manera justa a todos los sectores sociales, el estado sigue haciendo agua. Habiendo sido testigos de la penosa experiencia neoliberal, podemos estar seguros de que la privatización alentada por distintos sectores, no haría más que profundizar las desigualdades.
Como siempre, delante de tanta deshumanización, aquí seguimos firmes. La fuerza colectiva de nuestro Bajo Yapeyú se hace presente también en los momentos más difíciles. A nadie le resultó extraordinario subirse a un techo en llamas sabiendo las consecuencias; como tampoco albergar a Eva y su nieta en su propia casa aunque eso signifique que uno de la familia tenga que dormir en el patio; ni arremangarse y limpiar todo el desastre sin esperar nada a cambio. En Bajo Yapeyú vivimos una dolorosa experiencia, porque todos estamos seguros de que la tragedia podría haberse evitado, convencidos de que no fue un mero accidente doméstico. Por eso, al día siguiente nos reunimos para cortar un vado y exigir justicia por Celeste y Martín, y seguiremos organizándonos y trabajando juntos para que nunca más haya tanta oscuridad.