15 marzo, 2010
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Terror sin pena

Libertad a los presos de la solidaridad.Las celdas vacías y los colchones afuera. Dos filas. De cara a la pared, hijos de puta. El capitán de corbeta Luis Sosa extrañamente ordena mirar al piso. Los diecinueve ya habían pasado una semana de hambre, frío, torturas y humillaciones de todo tipo en la base aeronaval Almirante Zar, pero nunca los habían hecho mirar al piso. Luego, con unas cuantas ráfagas de ametralladora y algunos tiros de gracia del teniente Roberto Bravo, se consumaba uno de los mayores actos de cobardía en la historia de la cobardía en la Argentina. El 15 de agosto de 1972 un intento de fuga del penal de Rawson terminó con el hecho que el 22 de agosto marcaría el camino a seguir por el terrorismo de Estado en la Argentina: la Masacre de Trelew.

Masacre de TrelewLas víctimas eran diecinueve jóvenes que militaban por una sociedad más justa y libre, en el marco de un gobierno que pagaba cualquiera de esas reivindicaciones con la sangre o el encierro de quienes se atrevieran a reclamar semejante barbaridad. Esa madrugada se pretendió acribillar un ideal, que es el mismo por el que corría Miguel y hacia el cual los vecinos del Barrio Amaya seguimos construyendo una ruta, en la misma ciudad en donde hace casi cuarenta años se lo pretendió apagar abriendo fuego. Los diecinueve héroes se rindieron sin violencia en el aeropuerto de Trelew de aquel entonces, luego de no llegar a tiempo para acompañar a otros seis compañeros que volaron desde esa ciudad hacia el Chile presidido por Salvador Allende, y que más tarde llegarían a la Cuba de todos. Con «garantías de integridad física aseguradas» por un Juez Federal y por Sosa, los diecinueve se entregaron ante las fuerzas represivas de la dictadura de Alejandro Lanusse.

El pacto era volver al penal del que habían intentado escapar, pero el gobierno, soberbio, les quiso demostrar el precio de meterle el dedo en el culo a las Fuerzas Armadas, dejando al descubierto todo su odio inundado de miedo. Miedo a que tengamos razón; miedo a esas risas tan libres aún en el más cruel de los encierros; miedo porque somos muchísimos más; miedo a que comprobemos una y otra vez que nuestro consenso puede mucho más que su indiferencia; miedo. Tanto temor, incluso a sus recuerdos, que irrumpieron con tanques en el velatorio de los deciséis asesinados. Pánico tan insoportable, que los llevó a matar o desaparecer a muchos de sus familiares y a los tres sobrevivientes de la masacre.

Luis Emilio SosaLuis Emilio Sosa y Roberto Bravo, los dos máximos responsables de aquella madrugada trágica, todavía no tuvieron su justo castigo. Luego de los asesinatos, el gobierno de Lanusse premió a estos dos cobardes con salarios especiales y protección. Bravo sólo estuvo detenido unos pocos días y fue liberado bajo fianza hace dos semanas, tras estar prófugo durante años; y Sosa fue encerrado recién en 2008. Quizás sean condenados con una pena que nunca será suficiente. Pero estos dos deshechos, como tantas otras basuras, nunca podrán liberarse del suplicio de la valentía reflejada en compromiso y convicción, que los va a aturdir desde cada rincón donde todos juntos sigamos tomando la decisión de luchar para que no nos puedan callar.

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