A la pelota la pueden engañar, le pueden mentir, la pueden llevar de un lado al otro; pueden tratar de olvidarla, de esquivarla y de insultarla. Pero la pelota, incondicional y hermosa y racional, sabe siempre para dónde tiene que jugar, para dónde tiene que patear y para dónde tiene que gritar los goles: esta vez, otra vez, fue fiel y jugó para los trapitos. Y de las voces del Flaco Menotti, de Cachito Vigil, de Oscar Ahumada, de Claudio Yacob y del Colorado Sava, vinieron los goles.
“Desde el deporte, desde nuestro lugar, siempre tenemos que ser personas comprometidas con el desarrollo de una sociedad más justa, o menos injusta al menos, haciendo un especial hincapié en el indispensable desarrollo y atención que merecen los jóvenes”, grita desde el banco de suplentes Menotti, que se vuelve director técnico de este equipo de trapitos al que el rival, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, quiere sacar de la cancha, a palazos, si hace falta.
Vigil se pone la camiseta que usaron los vecinos de los barrios que dice A la basura no le gusta los trapitos, agarra la pelota y juega: “Cada trabajo y cada ciudadano merece su respeto. Para construir una sociedad más justa, más solidaria y más generosa es importantísimo hay que luchar por nuestros derechos. Los cuidacoches y los limpiavidrios son trabajadores, como cualquier otro, y hay que respetarlos”.
Ahumada piensa la cancha, la corre, desconcierta a la popular, mira para los costados y sigue armando la jugada: “Todo trabajo es digno y respetable. ¿Por qué persiguen a los que no tienen más remedio que trabajar en la calle y no a los que trabajan en una oficina que tienen más que los pibes que están en la calle?”.
El equipo, ese que el desagradable macrismo pide que expulsen, desafía con juego y con gambetas a un rival que cuenta con muchas armas, que no tienen que ver con la dignidad. Yacob entiende eso, pisa la pelota y pone un pase entrelíneas para definir el partido: “Realmente es muy feo dejar a la gente sin trabajo. Me parece que la medida es exagerada. No está mal que la gente que más tiene ayude a los que menos tienen. Quizá, si el problema que se plantea es que hay abusos, lo más fácil sería resolver que se institucionalizara el cuidado de coches y que el gobierno le de empleos a los trapitos”.
Sava, un especialista en hacer goles y en definir, agarra el pase de Yacob, mira el arco y entiende que este partido es complicado, muy complicado, pero que por los trapitos hay que dejarlo todo: “Repudio fuertemente la exclusión por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires hacia las personas más necesitadas y sin posibilidades de insertarse laboralmente, como son los cuidadores de automóviles en la vía publica y otras actividades afines. Desde mi profesión y mi rol de ciudadano de esta nación apuesto a seguir luchando por construir un mundo mas justo, solidario e inclusivo”.
Hay gol; el partido está 1-0. Los trapitos luchan para ganar. Quedan muchas jugadas más, quedan muchas más peleas, quedan muchas más burradas de parte del rival; y queda todavía una hinchada que no alienta del todo. Menotti cierra el partido. Pide la palabra otra vez y da, como siempre, la charla técnica: “Deseo tomar como propio el sentir de unas estrofas del poema del gran y casi olvidado poeta popular Armando Tejada Gómez, llamado ‘Hay un niño en la calle'», y compartirlo con Ustedes:
Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
de otro modo es absurdo
porque de nada vale si hay un niño en la calle.
Importan dos maneras de concebir el mundo,
Una, salvarse solo,
arrojar ciegamente los demás de la balsa
y la otra,
un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último náufrago,
no dormir esta noche si hay un niño en la calle.
Ellos han olvidado
que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños
que viven en la calle
y multitud de niños
que crecen en la calle.
El partido sigue: los trapitos, la pelota, los vecinos y las vecinas de los barrios, junto a los pibes de las ranchadas de cada punto de este mundo, pedimos la pelota y seguimos jugando.
Este es un partido que viene desde siempre: es el partido entre la Justicia y las injusticias…con árbitros que se refugian en la corrupción, en los tristes vericuetos de los altos tribunales de la «señora de los Ojos vendados», es una rara especialidad de la facultad de la hipocrecía: donde se otorga el título de de Dr. Honor y causa de : Observador para otro lado.
No debe existir en el mundo mayor indignidad: aquel que tiene poder, que puede decidir, que puede realizar, que puede llevar adelante: en determinado momento le cierra las puertas a los que menos tienen (lease en este caso «trapitos»).
Pero allá van los trapitos: si hasta tiran rabonas…quieren, buscan que su juego luzca, pero es dificil ante tanta falta de sensibilidad, de solidaridad: y los pibes piden a gritos: «che! tiren un centro para nosotros»….pero cuando el dueño de la pelota se hace presente y se lleva a la «caprichosa», que les queda? jugar de memoria ?(y sin pelota?)
Algun día! retornarnará la pelota de trapo: arquitecta de los sueños – que no dejan de ser la realidad en estado de inocencia -, para que cada pibe, cada trapito de la vida. tenga su oportunidad de una vida….un cachito mejor…
Abrazo