Para los burritos que patean a los movimientos populares desde sus ignorantes plataformas en los medios masivos de incomunicación. Y para los Burritos que, aún sin haber sido abanderados, aprendimos a leer el valor de los hombres y las mujeres mucho más allá de una imágen, un producto o un mercado, sale a la calle el cuarto número de La Garganta Poderosa. Ajenos a la locura que imponen los guionistas del show, con escándalos y terceros en discordia, salimos de contra con un Burro de arranque, enamorado del fútbol, hasta las pelotas.

Si de pasión se trata, nadie la tiene más grande que el Burro. Con su cintura endiablada, Orteguita elude a diestros y siniestros, desmarcándose de tanta ladilla asalariada, que creyera acabar con los derechos de uno justo allí, donde empieza la derecha del orto. Tirando una pared fantástica con nuestras villas y emergiendo con las pelotas bien puestas, del imperio aturdidor de la fama, el ídolo vuelve a ser Ariel, para cuestionar justamente a esos grandes monopolios de la incomunicación, que ayer vendían prendiéndole velas y hoy venden prendiéndolo fuego.

Y no es todo. Contra el olvido que quieren imponer, aquellos ofendidos por nuestro reclamo de «Juicio y castigo, también a los cómplices civiles», desde cada página de nuestra revista, las villas destacamos en los cintillos las luchas de inmensos próceres indígenas, que hicieron gigante al 19 de abril e hicieron posible nuestra resistencia cotidiana.

A su vez, con la mirada de nuestras firmas y la numeración de cada hoja, que ya no son 24, sino 28, nos ponemos la camiseta de Japón, que no pasó de moda, ni pasó de largo, aunque la televisión lo destierre de sus pantallas, con el mismo descaro mercantilista que lo impone, sembrando el terror por doquier, para no sembrar la conciencia que los hace temer.

Haciendo historia, nos metemos en el orígen de Villa 21-24 y su bonita vecindad, desde el relato y las vivencias de Don Ramón. Repasamos las efemérides del cajón de los recuerdos deshechos por la historia, para que nadie más nos robe el mes de abril. Nos zambullimos en una apasionante Conversación Registrada, entre nuestro mini filósofo y Sebastián Wainraich, sin pelos en la lengua, ni en la cabeza. Y por fin gritamos, junto a Rodrigo de la Serna, eso que todos ustedes ya saben: «¡La Poderosa nos cambió la vida!».

¿Querés Má’? Acá tenés: le confesamos nuestro amor a nuestras Madres de Plaza de Mayo, en su nuevo cumpleaños. Y por si te perdiste la Carrera de Miguel, publicamos los 422 motivos consensuados por las asambleas villeras y nuestro atleta desaparecido, que todavía corre con ese número, para que Mauricio Macri se vaya corriendo.

Música para el aguante villero, que resiste a fuerza de canción ante tanta represión, junto a Los Auténticos Decadentes y el grupo de rap Fuerte Apache. Para no perder la costumbre, ni la vida, volvemos a denunciar al SAME ausente y a la Policía indecente, mientras exigimos justicia por la muerte de Humberto Ruíz. Y exigimos la aparición de Luciano Arruga, empoderando a la garganta de su hermana, Vanesa Orieta, con la misma fuerza que nuestra redactora de la 21 le responde a Mauro Viale, en el «Escuchame vos».

Toda nuestra la revista, como nuestras las Malvinas, como nuestro el recuerdo a los pibes asesinados por los whiskys de Galtieri. Homenajeamos a los 649 chicos caídos en la Guerra, con la palabra de los vecinos que vivieron el horror. Y alumbrando el futuro, compartimos un encuentro a solas con el embajador cubano en Argentina, que nos canta la posta acerca del terrorismo estadounidense encarnizado en Luis Posada Carriles, con la misma precisión que Pablo Lugüercio da en la tecla, tocando el piano con nuestros pianistas de Fátima.

Como no podía ser de otra forma, vuelven los juegos que ejercitan la memoria, los avisos «No clasificados» y la cordura de Kiki, que vuelve a brillar con sus notas locas, locas, locas: ante la historieta de siempre, se ríe para no llorar. Y Arnaldo André nos enseña cómo ganar amigos y amores, en guaraní.

No nos detuvieron, ni nos detendrán. El número cuatro de La Garganta ya explota en los kioscos y en las calles, desde las manos de nuestras cooperativas de distribución, para que ninguna «Beatriz Sarlo» pueda seguir mintiendo con la excusa de no saber qué somos, qué decimos o qué hacemos. ¿Será que les preocupa qué somos porque saben lo que decimos y que, además, lo hacemos? ¿O nos creerán tan burros? Por lo pronto, seguimos creando, luchando y creciendo. Aunque intenten guardarlo en un cajón, ya no podrán robarnos el mes de abril. Ni la primavera inevitable. No podrán.

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