Que sí, qué no, que caiga un chaparrón con la urbanización, porque las villas no somos amarillas, pero tampoco rosas. Y aunque ni entre las asambleas poderosas coincidamos en todas las cosas, nos unimos en lo importante, como en esta prosa militante que grita desde los barrios, a contramano de los sectarios. Apostando a las articulaciones de diversas construcciones, desde el corazón de las barriadas donde nos toca vivir, no queremos reinar y mucho menos dividir. Codo a codo, por supuesto, aun chapoteando en el lodo del bajo presupuesto, lidiamos con nuestros egos en este mundo de ciegos, donde todos nos miramos de reojo, mientras uno miente y otro lo desmiente. Ojo por ojo y diente por cliente.
Todos a la carga, lo que importa es quién la tiene más larga, sin más proceso analítico que evaluar el peso del rédito político. Es cierto, tal vez sea un acierto de los que sueñan ganar su partida, pero a los que nos jugamos la vida poco nos importa de quién es la iniciativa, cuando se trata de una movida importante para amplificar un parlante de nuestra motivación: todos los villeros somos militantes de la urbanización.
Por esa simple razón, acompañamos la movilización de la Corriente Villera y celebramos esa Carpa que se abrió como trinchera, para La Poderosa y para todos los que crean que por ahí va la cosa. Enfrentando a los vientos que huelen a podredumbre, vamos rompiendo esa costumbre de fragmentar, para seguir construyendo poder popular, en todos los rincones y no sólo en las elecciones. Pues así como hemos cuestionado medidas provinciales, hemos interpelado otras nacionales, pero no somos tan idiotas como para no darnos cuenta de que varios cararrotas extrañan los 90. Y que con tal de prevalecer, están dispuestos a retroceder, aunque todo el pueblo pierda: añoran la convertibilidad que nos convirtió en esa mierda.
Sembrando soja a nombre del maíz, nos tratan de “Cabezas” los que vendieron al país. Y nos llenaría de orgullo si aludieran a José Luis, pero sólo buscan desequilibrar más la balanza y criminalizar más la pobreza, porque ya no les alcanza con policializar su riqueza. ¿O dónde está el paladín del “Te matan por un peso”, cuando linchan a un wachín que quiso robar un beso? Rara lógica de la cama y al vagabundo, porque hay que estar loco para ser normal en este mundo, donde cualquier racista se vuelve humanista con tan sólo un buen publicista que nos invite a debatir en un aula, con total libertad, sin abrir la jaula de la desigualdad. Voceros de “la gente”, nos dicen que lo nuestro no es urgente, mientras se abocan a los obsecuentes que nos invocan para diferenciarse. Pero los “diferentes” no buscan erigirse entre sus contrincantes, sino fundirse entre los laburantes, sin distinguirnos en castas, ni caer en las roscas clásicas, ni salir a montar coartadas, cuando las canastas básicas se ponen pesadas o cuando nos atacan sus mafias uniformadas. ¿Cómo le dicen ustedes a los atropellos de los que confiscan drogas para ellos, canjeando los handies por la mímica? Nosotros le decimos “la típica”.
Y el periodismo, para qué: sigue choreando con sus cinco w, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué, pero siempre se olvida de la última p, en esta desidia masiva que una familia adoptiva elevó hasta la cumbre de la crueldad, criando como mascota a una nena menor de edad. Porque sí, esos jueces prolijos que penan el aborto y controlan a qué pobres sacarles sus hijos «para garantizarles el pan”, ¡controlan como el orto a qué ricos se los dan!
Idéntica lógica vil, para ridiculizar a los que se apoyan en el Gauchito Gil, en vez de endiosar al Rivotril. ¿Quieren primicias? Pongan antidoping en el vestuario de las noticias. ¿Pero para qué ensuciarse entre conciudadanos, pudiendo demonizar peruanos y colombianos? Estamos hasta las manos, con esos patrones de la moral que se regalan como brazo comunicacional, acompañando con su pluma rauda a las botas que nos pisotean en cada avasallamiento iracundo y dañino, para que la tribuna los aplauda como las focas de Mundo Marino.
Cagándose de risa, cualquier nabo reparte una noticia trucha como si fuera pizza, para instalar la premisa de que “no vale ninguna lucha, porque a todos nos mueve el dinero”, antes de darse una ducha y volverse un solemne twittero, el súmmum de los placeres para los cerebros de 140 caracteres. Pues la demonización de un adicto que lo asume o del que vende porque consume, nace de un impulso que no entiende de razones: no se mide el pulso a la hora de las convulsiones. ¡Más dura la pena y más larga la condena! Nuestro gran hito de arena.
Tan bien se explica y desalienta el choreo del cobre de los cables a través de la industria noticiera, que no se entiende cómo no los calienta el cobre que se lleva La Alumbrera… Batallando con esa cotidianeidad, sólo nos queda la dignidad como anticuerpo, para que el alma nos vuelva al cuerpo. Y a la sociedad, la calma, porque en realidad nos falta que el cuerpo nos vuelva al alma.
Si vivimos apagando incendios en la precariedad, se queman las luchas en el cinismo y el agua se acaba de verdad, mientras las bombuchas del macrismo colorean la Ciudad. ¿Para dónde corremos en el espanto? Para empezar, corramos a Monsanto, que a ellos nadie los difama y encima tienen el tupé de culpar a la Pachamama, condenándola a la mano dura por haber boicoteado una cosecha contra natura… Tal vez no sea tan bueno regarla con veneno, mientras el capitalismo nos mata con tabaco o con paco en las villas, bajo la farsa del mensaje que dibujan en las marquillas, para que el hippismo de los pillos fabrique estuches de cigarrillos. Unos te atacan y otros te defienden, pero todos te machacan y te venden, tallando tu traje y cosiendo tu envoltorio: hasta la papelera de reciclaje se volvió un icono en tu escritorio.
A costo de alterar emociones y sin esperar “definiciones”, desde la terraza o al borde del abismo, gritamos que nos parece más o menos lo mismo Sergio Massa que cualquier tipo de sciolismo, porque ninguno rescata lo mejor del peronismo. Y sí, también nos parece un dolor de huevo ver a muchos compañeros marchando con Barrionuevo, porque tampoco queremos que se pierda lo mejor de la izquierda. Y sí, también pensamos que no cambia nada si se unen en una burda ensalada, con figuras tan pluralistas que no discriminan ni a los fascistas.
Ahá, ¿entonces, qué? ¿Votamos una ONG? Para nada, vieja, entendemos que la sociedad es compleja y que la política es el arte de la contradicción, pero la derecha se hace fuerte desde esta absurda confrontación que seguimos regando a mares desde los sectores populares. ¿Y qué proponés, gato? Que empecemos a ver el bosque, más allá del candidato. Y que este mismo otoño levantemos la voz, para que no se pueda colar el demonio en la falda de dios.
No tenemos la Verdad, ni de casualidad, porque la mentira se vuelve mayúscula cuando subimos esa ve minúscula, como si nuestra subjetividad fuera la única que importa: la verdad siempre se ve corta. Por eso no miramos al país desde un pedestal y, aunque a más de uno le caiga mal que gritemos esta plegaria sin pisar la arena partidaria, desde nuestro humilde lugar seguimos apostando a la unidad del campo popular, ejercitando la musculatura de una militancia crítica que logre mover la estructura ósea de la política.
Y no, no somos tan atrevidos como para meternos en la interna de los partidos, ni pretender darles indicaciones a luchadores con profundas convicciones. Tan sólo intentamos decir a tiempo que el futuro vale más que el momento y que, más allá de todas las diferencias personales o las distancias electorales, las villas estamos esperando una sola definición: ¡Que alguien se haga cargo de la urbanización!