Qué linda la vista, cuando venís a mil por la autopista, atravesando Brasil por esa senda mundialista, donde el horizonte no luce tan oscuro, porque sólo podés ver un muro. Causa impresión, cómo tanta gente culta se puede comer el buzón que vendían con «Ciudad Oculta», cuando los milicos decidieron ocultarla, para que el turismo no pudiera mirarla. Pues aquí pasa exactamente lo mismo con las favelas, sobre esta Avenida Brasil que no sale en las novelas, devenida en un corredor de la cerveza y la falacia, porque mostrar la pobreza no tiene gracia. Y entonces lo siento por usted, si le tocó nacer del otro lado de la pared, pero lamentablemente el Mundial es para un público diferente, que no tiene por qué malgastar sus cobres, ni mancharse la visual, con las caras de los pobres que la están pasando mal. ¿Qué podés ver andando por la ruta? Los dibujitos que ordenó algún hijo de yuta, sobre una mampara que seguro costó un montón, pero mucho más barata que la urbanización. De pura indignación, nos bajamos del bondi para mostrarte el otro lado del paredón, pero se hizo absolutamente imposible: los tipos lograron que el morro fuera invisible. Ni explicando el motivo, ni subiendo a un colectivo pudimos sortear la frontera que protege a la patria marketinera; una verdadera cagada, en la línea de la “favela pacificada”, porque la pacificación, en realidad, no es otra cosa que la “relocalización de la marginalidad”. ¿O dónde creen que se fue la violencia, cuando limpiaron esos barrios barriendo la conciencia? De las 600 villas que hay en esta región del país, sólo 35 recibieron la “bendición” de esa matriz, que incubó esas postales del respeto, para que el resto sobreviviera en su ghetto, sometido a la demonización de la televisión y a toda esa mierda que también te consta a vos, desde que viste la bosta de “Ciudad de Dios”. Tal como sucede en Argentina, la prensa brasileña vende su mirada mezquina, adjudicándole a la suerte los problemas estructurales y hablando de muerte, sin hablar de funerales. A minutos de la ciudad, nadie filma esta prepotencia de la solidaridad, ni esta tendencia a que la gente comparta, aunque sea lo más lindo que tiene Santa Marta, donde cada vez que muere un morador conocido o cualquier habitante, el referente elegido caza un altoparlante y se lo informa a toda la comunidad, para que su familia no padezca el mal de la soledad… ¿Hablamos del Mundial? Hablemos de verdad.