12 abril, 2015
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Ante todo

Shhh, no digan nada, pero esta madrugada entrará a la imprenta una mamushka de gritos, un libro de 384 páginas que será el eco de nuestras tapas, de nuestras historias, de nuestras asambleas barriales y de nuestros más poderosos editoriales. Vivas donde vivas, muy pronto lo vas a tener por ahí. Y aunque no podemos adelantar mucho, el prólogo dice algo así…

Antes de parir una idea o una canción, antes de morir por una asamblea o una organización, antes del almuerzo o la cena, antes del esfuerzo que valga la pena, antes del sellito o el prologuito, antes de la sangre que precede al grito, antes del hambre o las ganas de comer, antes de ordenarnos qué cosa creer, antes de la Revolución o la patria liberada… Antes de la urbanización, nada.

Y no, mujer, este prólogo no será lo que tiene que ser, porque este libro recio en yemas del necio que lo tipea fuerte como un cuento, sabía que estaba condenado a muerte, desde el día de su nacimiento. Cuando no sabía saber, cuando no tenía escribiente, cuando no tenía nombre, cuando el genérico de mujer naturalmente era “hombre”. No conforme con haber venido al mundo, esta obra vino a gritar que todavía huele inmundo el imperio de la inequidad, esa verdad que germinó una falacia en el vientre del mercado, para que la democracia lavara los platos del patriarcado.

Y entonces no, lectores, para qué tanto rosa si sobran colores y todos los Hombres Nuevos se hicieron por etapas: a estas líneas les sobran huevos, pero les faltan cloacas. Y no, chabón, el dorso de nuestra literatura no va a ofertar como escultura el cuerpo del Che, ni el torso de una mina: para entender el por qué, están las Venas Abiertas de América Latina. ¿Y entonces el prólogo qué pretende? Tal vez algo que no vende, una protesta pragmática, una propuesta dogmática o una cronología de la hipocresía que pintó el dibujito de la inseguridad, desde la superioridad de algún escritorio, mientras tantos se medían el pito relojeando otro mingitorio.

Sobre la tierra del egoísmo, donde cualquier hijo de yuta abre una tienda de progresismo, la cultura villera no aceptó ser la estrategia de una empresa, ni el culto a la pobreza, ni el ancla de la prosperidad, ni la industria de la necesidad, porque la reivindicación de la organización popular que supo resguardar la esperanza apenas equilibra la balanza de la difamación que se cocina girando como un pollo, cuando la estigmatización se vuelve la usina del subdesarrollo.

Ni la miseria, ni la histeria, ni la impotencia, ni la prepotencia representan los cimientos de las familias obreras, donde la alegría y la rebeldía decidieron cavar sus propias trincheras, evitando que se manipularan las valoraciones fidedignas que hacen a la humildad, para que otros especularan con las condiciones indignas que deshacen a la humanidad. Nadie saca chapa de pobre, nadie escapa del cobre y, aun en los extremos de la diversidad, en realidad somos todos más o menos lo mismo. Nosotros no celebramos la precariedad. Pero tampoco el individualismo.

Y qué linda se pondría esta cursilería de cartón, si ahora pudiéramos hablar de teoría, en vez de hablar de Gastón. Qué maravilla sería tenerlo acá sentado, como si la villa no fuera dinámica de lo impensado, dinámica de lo que no quisieron prever, dinámica de lo que debimos hacer ayer. Hoy, en este segundo que arde, volvió a cambiar el mundo de la mañana a la tarde, por el terrorismo del oficinismo. Y por ese egoísmo que, sin ismo, se llama ego, como ése que dejó caer a Gasti en un pozo ciego, partiendo a su hogar como si fuera un trueno, porque le tocó nacer en la Rodrigo Bueno. Le tocó ser negro y villero. Le tocó la espalda de Puerto Madero.

¿Quién tiene jurisprudencia? ¿Habrán atacado al servicio de emergencia? ¿Culpa de la Presidente o culpa del Intendente? ¿De Ciudad o de Nación? Culpa de cada inconsciente que escribe esta oración, porque este sistema de mierda no quiere dirigentes bancando al técnico que pierda, pero bien pudimos advertir hace rato que todos juntos estamos perdiendo el campeonato. Porque la seguridad de ninguna persona se resuelve con palos y balas de goma. Ni con gases, ni “haciendo las paces”. Ahí, el núcleo del meollo: hace falta discutir la inseguridad en Desarrollo, para que la práctica de la Policía no se pueda escapar hacia la irracionalidad del misterio, abandonando la teoría. Y para que un buen día, la inseguridad se discuta en el Ministerio de Economía.

¿O tenemos anteojos bifocales? Las malas ideas también son inmortales. Murieron muchos genocidas, pero no sus ideales, que todavía revolotean en las instituciones que cascotean el pensamiento y en el sentido común que nos arrastra como el viento. Por eso, porque no alcanza con Etchecolatz preso, nosotros lanzamos una revista a grito pelado, con nuestra gente y con nuestra voz, contra la lista del supermercado que preparó Martínez de Hoz.

Desde ese legado atroz, cada 24 que grita la historia, volvemos a desandar nuestra memoria y nuestra verdad, para echarle claridad a esos informes malditos con la luz que supieron generar nuestros fueguitos, sobre estas cloacas tapadas de resistencia y desobediencia que, por algún curioso motivo no se destapan en ningún archivo. Pues todos esos grupos de tareas que invadían las aulas y las asambleas, en cualquier secundario, en cualquier local partidario o en cualquier entidad gremial, avanzaron con total impunidad sobre la militancia barrial, montados en sus temores y sus topadoras, para borrar las huellas de luchadores y luchadoras. Pero no, no pudieron con la cultura villera, ni con la primavera que sobrevivió a esos tormentos y despojos, ni con la sangre que dejaron los violentos desalojos… A 39 años, ni olvido, ni perdón, ni prohibido, ni resignación, ni un carro servil cargando la villa: renacimos 30 mil, de otro barro y otra costilla.

A conciencia, revivimos de la batalla perdida como un eterno sacrilegio a la ciencia, pero no volvimos a la vida para competir por el infierno, ni por el privilegio de la supervivencia. Somos lo que hicimos para cambiar lo que otros querían que fuéramos. Y sí, somos los mismos negros que éramos, reclamando esas cosas que nos prometió el derecho: un digno techo y una letrina que no venga como propina para la paz, perfumada por la orina de todos los demás. Porque todas esas veces que cortamos los carriles de la televisión, no estábamos pidiendo dos chapas y un colchón, ni más lamparitas de bajo consumo. Estábamos pidiendo que dejaran de vender humo, para que se pueda apagar la llama. ¿O por qué pedimos “integración urbana”? Kevin no hubiera perdido su infancia, de haber contado con una ambulancia en su barrio natal, la misma ambulancia que le negaron a Pascual en la Villa 31, por esa arrogancia que mató a Facundo en la 21. Asesinado por la negligencia y “un árbol que seguro se caía”, fue víctima de la indiferencia igual que María, muerta a los 5 también por villera, por haber nacido en la Costanera y por haber padecido un incendio de los habituales, en la tierra donde “está prohibido ingresar materiales”.

¿Por dónde quieren empezar? Urbanizar no se trata de “controlar” la infraestructura, ni de maquillarla con un cacho de cultura, sino de recomponer el derecho a la vida, que todavía sigue estando prohibida para buena parte de la población, ésa que además tiene restringida la franja preferida de la televisión. Panelistas altas, panelistas bajos, panelistas héteros, panelistas gays, panelistas rubios, panelistas morochas, panelistas bobos, panelistas piolas; varios de cada uno. ¿Panelistas pobres? Ninguno.

Corrida esa manta y ese sueño a contramano, ya nada será lo mismo: La Garganta será otro grano en la cara del periodismo. Y aunque jamás nos podamos volver un tumor para todo este cinismo, al menos vamos a ser el acné del capitalismo. Con los deditos, más las manitos, más los piecitos, más los cuerpitos de todos los chiquititos, seguiremos agigantando el poder de los gritos, para que nos dejen de mandar inspectores góticos y granaderos de la novedad, como si fuéramos factores abióticos, en los criaderos de su morbosidad. ¿Nos vamos a una publicidad? Les caiga bien o les caiga como el orto, el prólogo seguirá quedando corto y no se va a terminar, aunque el libro reclame su legítimo derecho a circular, porque nuestro grito no morirá sin pena ni gloria en un pasillo, ni en el próximo renglón. ¡Hasta la victoria! Y hasta el último ladrillo de la urbanización.

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1 Comentario;

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