Con los dientes apretados, los ojos empañados y los sueños atragantados, nos cargamos una cámara al hombro para recorrer la historia de Gastón Arispe Huamán, un pibe de 13 años que hace apenas unos días volvía de la escuela a la Rodrigo Bueno, incumpliendo todos los fallos de la estigmatización, justo ahí, donde otros incumplieron los fallos de la urbanización. Sin cloacas y con una prohibición absurda que impide ingresar materiales, para no alterar la salud de los negocios inmobiliarios que enfermaron a la Ciudad, ese 9 de marzo llegó del colegio y salió a jugar con su gata, hasta que cayó en un pozo ciego. Quiso rescatarla. Y se cayó también. De inmediato, su familia llamó al SAME, pero la ambulancia no llegó. Llamó de vuelta, pero la ambulancia no llegó. Y llamó de vuelta, pero la ambulancia no llegó. Recién cuando moduló un patrullero, 40 minutos después, apareció la “atención médica de emergencia”. Y ahora, las lágrimas de Flora riegan el suelo de un barrio que se levanta en gritos, a la sombras del silencio que dejaron los peritos. Dicen que, “posiblemente”, pudo morir «ahogado” ese día, justo ahí, a sólo 30 metros de la casa donde murió María, a los 5 años, por un incendio que originó la precariedad… Ahogado, sí, en la desidia y la impunidad.
22 abril, 2015
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