Por Marlene Wayar.
Tan solo mencionar su nombre, me genera orgullo, por esa amiga, por esa militante, por esa compañera y por esa luchadora incansable que tuvo nuestro espacio a la hora de salir a defender el derecho a la identidad de género, que siempre nos había sido negado. Pues ella fue todo eso, una leona que supo cuidar a sus crías, a nosotras, frente a todos esos perversos cazadores del patriarcado. Sí, ella, la ninguneada, la pisoteada, la golpeada física y psicológicamente por los puños de una exclusión primitiva, en el contexto social que nos mira como seres “raros”, cuando no como simples “insectos”. Pero aun así, nunca bajó los brazos, nunca: todos sus pasos, todos, eran hacia adelante, por convicción: sus derechos como transexual sólo serían plenos, con todas nosotras incluidas, con toda su familia adentro.
Tal vez por eso, en ese ejercicio constante de vivir por amor a otros, sufría mucho cuando alguna de nosotras era golpeada, o asesinada. Mucho. Y no me pregunten de dónde, pero ella sacaba fuerzas. Nunca se le acababan. Y ustedes, los villeros, las villas, los sectores populares, eran la nafta para cargar ese motor del barco que no se detuvo ni se detendrá, hasta no haber garantizado nuestra dignidad como seres humanos, ese derecho legítimo y absoluto a tener nuestra propia feminidad. Siempre, pero siempre, nuestra Leona tomaba la iniciativa de ir a la Legislatura Porteña, al Congreso y a todas las marchas que fueran necesarias, para pedir lo que nos pertenecía: el respeto, el reconocimiento y la aceptación.
Si no la conocieron, ya la conocen: ella era así, combativa, tanto que hoy, ahora, sigue acá, generando más apoyo, más reconocimiento, más amor, como siempre, como todas y cada una de las veces que decidió interpelar a esta sociedad machista. No sabría definirla sin hablar del amor, pero hablando del amor, se hace muy fácil: así construyó su militancia colectiva, sus lazos políticos, sus búsquedas, sus hallazgos sus leyes y sus conquistas. Que son las nuestras.
Con su partida, la comunidad trava pierde un océano de mar, porque sus palabras, sus acciones, sus historias de lucha, sus golpes y sus victorias, son el digno reflejo de una profeta que buscó ganarle, sin violencia, a la violencia contra todas las travestis. Y esa batalla por la paz, no nació ayer, ni la semana pasada, sino en plena década del ‘90, cuando el país se estaba incendiando y no existían los Derechos Humanos para los pobres, ni para todas nosotras.
Por su valentía, esencialmente por eso, nos ganamos un lugar en este mundo desigual, donde ya hemos aprendido que nos tocará luchar hasta el final, por nuestra total libertad de pensar, sentir, decidir y elegir qué queremos de nuestra vida. Porque si ella pudo, con esa infancia sufrida, con ese maltrato de tantos y con el rechazo de todos los que no se ponen jamás en el lugar del otro, entonces todas podemos.
Tan sólo eso, mencionar su nombre, Lohana.