* Por Francisco, hermano de Pedro Ledesma, desaparecido desde 1976.
Pasaron 40 años, 40 años de lucha para la familia, que comenzaron el 22 de septiembre de 1976, cuando mi hermano Pedro fue liberado y vuelto a secuestrar, sí, el mismo día, por la misma patota, a tres cuadras de la comisaría donde lo habían soltado. Mi padre, que lo acompañaba al momento del segundo secuestro, inició esta batalla, denunciando al Capitán Carlos Esteban “El Chueco” Plá, que actualmente está condenado a cadena perpetua, social y eterna.
A partir de su desaparición, comenzó el periplo, visitando comisarías y presentando recursos de amparo por doquier, hasta que las leyes de Obediencia Debida y Punto Final le pusieron freno a su búsqueda legal. Sin embargo, siguió, siguió y no paró. Nunca más. Rastreando contactos perdidos, datos nuevos, información oculta, logró atravesar el tiempo, para ver finalmente caer a las leyes de la impunidad, que guardaban bajo la alfombra los crímenes de lesa humanidad.
Por estas horas, los máximos responsables están presos, pero aún nos falta encontrar sus restos. Y los de muchos desaparecidos más de nuestra provincia. Porque no, la memoria no es mirar una foto: el 24 de marzo nos sirve para tomar impulso y seguir la búsqueda sin claudicaciones, ni negociaciones, a través de la dignidad que nos inculcó mi papá, con la verdad siempre adelante. Por eso, agradezco que mis viejos estén vivos y lúcidos, a sus 87 años.
Lloro, sí, lloro mientras escribo esta carta.
Todos los días, desde hace 4 décadas, a las 8 de la noche, mis padres se dirigen a la puerta de entrada. Y allí se quedan media hora, porque mi hermano solía regresar a casa entre las 8 y las 8.30. Por entonces, volvía del pueblito donde daba clases, o de la universidad, o de teatro, o de militar en el barrio. Entonces, en ese lapso, los viejos se acercaban a la puerta, en silencio… Hoy, mi viejo va con su andador y mi vieja va en su silla de ruedas. Van, juntos. Y esperan. Pasa esa media hora y vuelven.
Por suerte, están nuestros hijos, los sobrinos del negro, acompañando a los viejos. No vamos a claudicar y tenemos la fe intacta en que vamos a poder darle sepultura. Nos apura la edad, sí, pero sólo es un ciclo biológico que se va terminando. Pedro, mi negro, era un tipo tranquilo, súper valiente, de una alegría desbordante, cariñoso, que vivía con un libro bajo el brazo. Me llevaba 5 años, era mi ídolo y tenía 21 cuando desapareció. Yo, 16.
Con él, mi vida estaba resuelta.
Sin él, me falta una mitad.
Pero acá estamos, de pie, atentos a los grupos represivos. Pues si bien han perdido espacio, hoy están agazapados y no están resignados a perder ese poder. ¿O dónde está Jorge Julio López? La memoria nos debe servir a todos para reflexionar, para recapacitar, para reír. Y para sobrevivir.