Si apenas estamos tratando de retratar los tratados del estrato que destrata la trata de personas, la contratación de niños y el maltrato a las mujeres, ¿cómo carajo vamos tratar la tierra de los que no tienen plata? Gritar, tratar, gritar, de eso se trata. El meñique de la polítiquería, el anular de la comisaría, el mayor de los milicos, el índice de los ricos y el pulgarcito del cuento paran la mano que tapa el sentimiento de los silenciados, mientras nos sumergen en el mar de los gritos ahogados, para estirar hasta el infinito a ese maldito minuto de silencio que no termina más. Callate. Nunca más.
Desencallate, chabón, que a vos también te falta Marita Verón. Y cuando venga el señor de la Municipalidad, a explicarte que bueno, que en realidad, que ahora no hay plata, que todo bien, que mañana vemos… Decile que no, también, a la trata de terrenos. A la tierra profanada para el cultivo de la guita concentrada, a la comisaría del encubierto, a la megawhiskería a cielo abierto, a las infancias en condiciones inhumanas, a los potreros encerrados en garajes sin ventanas, a los centros clandestinos de privatización y a todas las demás verdades de ciencia ficción que terminan encerrándonos, como si estuviéramos condenados: de todos los agrotóxicos, los más tóxicos se llaman alambrados.
Nos tratan, nos tratan de comercializar, nos tratan de idiotizar, nos tratan de mostrar feos, sucios y rudos. Nos tratan de pelotudos. Y entonces La Poderosa se pone cargosa. Meta grito y meta ovario, pero no van a vender “El Sapito” del barrio, porque sus raíces enfundan nuestros pies, en las narices de sus guías que nos hablan en inglés. Lo quieren ocupado, para la represión. Lo quieren bussi, para seguir con la tradición. Total, qué importa si Yerba Buena remató 15 canchitas por un par de miguitas, en 20 años de acoso a la naturaleza, cedidas a barrios privados y clubes de la nobleza. Qué importa si todos los pibes que pasan sus tardes pateando para zafar, se quedan sin el único cacho de barro que tienen para soñar. Y qué importa ahora si se lo dan a la constructora LINK, un cajero automático de la impunidad, que no respeta el Código de Ordenamiento de la Ciudad. Eso, eh, qué importa si regalan ese viejo baldío privado que hace 50 años está abandonado para construir un country más, donde no dejarán entrar ni siquiera lo que pensás. ¡Qué carajo importa, entre tantas desgracias! Mejor digamos gracias, que mañana podremos disfrutarlo junto a toda esa gente, cuando nos contraten ilegalmente para limpiarles sus mingitorios, para ordenarles sus escritorios o para cortarles esas ligustrinas que ponen como cortinas, para tapar lo mismo que tapa la prensa. Hacen bien. A nosotros también nos daría vergüenza.
¿Cómo esperan soluciones a tan sensibles cuestiones, si apenas van 6 meses desde que asumieron? Gobernaron 9 años Capital y todavía no lo resolvieron. ¿Pero cómo los Alperovich podrían haberse abocado al espacio público, el acceso al agua, la llegada del gas natural, los tendidos eléctricos de calidad, las inundaciones sistemáticas, los crímenes de la Policía y los barrios sin ambulancias, si apenas gobernaron la provincia por 12 años? Seguimos esperando los caños y, aunque cambió el gobierno nacional, la mierda sigue flotando igual, porque la única grieta que existe sigue siendo horizontal. Por suerte, para la ley del menos fuerte, cada vez somos más gargantas desatando nuestros nudos con un grito de corazón: dejen de hacerse los boludos y voten la Ley de Expropiación.
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