Aunque nos hubiera encantado, no, no pudimos nacer en la maternidad Mercedes Sosa, ni matear en la finca Jorge Cafrune, ni cursar en la escuela Atahualpa Yupanqui, ni cruzar el trópico de Gilda, ni estudiar en la biblioteca Duende Garnica, ni fumar en la ruta Pappo Napolitano, ni vivir en el pueblo José Larralde, ni protestar en el edificio Víctor Jara, ni exponer en el salón Mona Jiménez, ni gritar en el estadio Violeta Parra, ni filosofar en la estación Facundo Cabral, ni desalambrar en la estancia Daniel Viglietti, ni pisar la plaza Pablo Milanés, pero igual los bancamos a pleno. Y 16 años después, los escuchamos desde la Rodrigo Bueno.
¿Te quedó?