Nosotros invitamos al Pelado Cordera, cuando presentamos nuestro libro. Lo escuchamos tocar. Lo recibimos en el barrio. Lo vimos llenarse la cara de barro. Lo despedimos con aplausos. Pero nosotros también somos nosotras. Nosotros tenemos hijas. Nosotras tenemos sexo. Nosotros no necesitamos voceros de la naturaleza. Nosotras no necesitamos que nadie nos viole. Por la lucha de nosotros y nosotras, sobre todo de nosotras, una declaración tan brutal dispara de inmediato un tremendo arrebato social. Nos quita la sonrisa. Nos quita el respeto. Nos quita la rima. Suspendieron sus shows. Se bajaron auspiciantes. Se abrirá una causa penal. Y sinceras o no, debió pedir disculpas, porque cuando “una simple declaración” se vuelve spónsor de otra violación, hoy somos millones apretando los frenos, millones que gritamos Ni Una Menos.
Ahora, si la mitad de los cibernautas indignados con Ingrid Beck hubieran recorrido un centímetro de su camino por las calles, los medios y la Justicia, para visibilizar a los femicidios en la agenda nacional, tal vez sus críticas tendrían algún correlato con la realidad real. Pero no, mejor relativizar las declaraciones de Cordera, preguntarle por qué no le pegó con la cartera y ocupar la tarde imputando a una verdadera luchadora feminista, que supo poner en vidriera a la violencia machista.
Moralistas virtuales y panelistas digitales, son la penosa coartada de ninguna vida. ¡Aguante, grosa! Y a la gilada, ni cabida.