13 septiembre, 2016
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CANAlladas cotidianas

Por Nelson Santacruz, comunicador de la asamblea poderosa de la Villa 21-24.

 

Una noche más en la 21-24 de Barracas, vestida con una sutil neblina al calor de una helada luna, bajo la mirada de gatos nocturnos vestidos de verde cuyas garras rasguñan con balas al calor de un frío Estado.

 


Fue hace poquito, no importa cuándo, ni a quién. Dejaba a su novia a esos de las diez, y dispuesto a volver a su casa caminaba por una calle oscura y embarrada. Lo tomaron y se lo llevaron a un pasillo, ellos, los tres gendarmes. Él, un pibe de 18 que sigue estudiando y usa una gorra. “Esta campera va a ser mía” reían, mientras apretaban su cabeza contra una pared.
Tiraron su gorra al barro y ordenaron que lo levante. Él sabía lo que pasaría y se opuso. Uno le puso la traba y cayó. Las patadas no le faltaron en los brazos, las costillas y piernas: como si estuvieran apagando fuego. Un vecino que salió a defenderlo solo recibió un grito de la yuta con la frase: “Éste robó a alguien recién. ¡Todos adentro de sus casas, que este anda robándole a las personas!”. Claro, él no es persona, es: “éste”. Una cosa, una cosa a la que hay que eliminar.
Y tal vez por eso, lo ahorcaron con su bufanda, no pudo ver sus nombres pues los escondieron. Lo que sí notó es que estaban duros, dopados, drogados y le apuntaban con un arma en la cabeza. “¿Están locos? ¡Eso no es un juguete! Yo no hice nada, jefe”, se desesperaba. A los gendarmes les temblaba la mandíbula como a perros rabiosos.
Le encontraron los genioles contra el dolor que su mamá le había dado tras sacarse las muelas de juicio. “¿Qué es? ¿Rivotril?”, ladraron. Y tras responderles, recibió una piña, justo ahí, justo en el cachete adolorido. Eso fue lo que casi lo desmayó. Las amenazas no faltaron, desde un escrache que subirían a las redes sociales, el “te vamos a matar” y “te vamos a tirar al Riachuelo”. Otro vecino salió, los gendarmes lo persiguen. El muchacho aprovechó y trató de escapar, pero la patrulla salió a buscarlo. A sus espaldas lanzaron insultos tales como: “Salí, puto, maricón. Te vamos a encontrar de nuevo solo”.
Es un episodio pequeño de grandes capítulos de violencia. Llegó  pálido a su casa, asustado y con bronca. Luego de hablarlo con su familia, se acostó temprano porque al día siguiente tenía colegio. A estas alturas no sabe si sirve denunciarlos. No sabe si la policía va a parar de pedirles los documentos, robarles y sacarles fotos a los vecinos. El barrio está prendido fuego por los agentes de “inseguridad”. Él vivió, sí, pero ¿cuántos son los que mueren? Pero ellos no son noticia, solo lo son si están en el lugar de matón para rellenar la agenda pelotuda de la televisión y que los de afuera piensen que acá todo es agresión. Pero ojo, siempre agresión villera: nunca, nunca de ninguna institución.

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