*Por Milton Halsouet, compañero del Padre Edgardo Montaldo. Barrio Ludueña, Rosario.
¡Uy, Montaldo! Me piden que hable de vos y se me vienen muchas cosas a la cabeza. Voy a tratar de ser ordenado y de que la memoria no me falle. Cuando era chico mi vieja me mostró una foto donde hay un tipo mojándome la cabeza con una jarra con agua. Al crecer, aprendí que adentro, tenía agua bendita y el tipo que la sostenía eras vos. Pasaron algunos años y empecé a verte por el barrio dando vueltas con ese Renault 12 destartalado del cual mucha gente habla. Lo frenabas y te ponías hablar con la gente del barrio. Cuando fui más adolescente conocí a un vecino que andaba con una bici -también destartalada- al que apodaban “El Pocho” y que se apellidaba Lepratti. De ahí en adelante, te fui conociendo cada vez más y empecé a conocer a través de Pocho y de vos, al verdadero Jesucristo.
Ese Jesucristo que no posaba como un modelo de calendario en las estampitas, sino que tenía al otro como un hermano, que se sentaba y juntos se ponían a pensar cómo hacer para que la vida no sea tan dura. Y ahí siempre estabas vos, mostrándoles opciones a los pibes y pibas. A pesar de que la falopa y la cana mataban a nuestros amigos y hermanos, vos seguías junto al Pocho cuidando a los que quedaban. Seguías ahí, como ese día del año 1968 cuando decías: “Yo llegué al barrio Ludueña cuando todo esto era pasto. Me acuerdo que hablé con una monja que estaba con dos trabajadoras sociales y empezamos a juntarnos con los vecinos”.
Me acuerdo, cuando yo estaba en el taller de herrería en la escuela y un día nos juntaron a todos en el patio y nos preguntaron si podíamos ir a dar una mano para limpiar un baldío que estaba a una cuadra de la escuela “Luisa Mora De Olguín”, más conocida como la escuela del Padre Edgardo. Estuvimos una tardecita limpiando ese terreno, donde después nos enteramos que se iba hacer el comedor del Padre Edgardo Montaldo y al tiempo ese lugar se convirtió en “Betania”, la casa del pobre. Con el tiempo, Betania se empezó a llenar de pibes del barrio. Primero las filas de chicos eran un número. Vos las transformaste en colores, agarrabas ese micrófono gigante que tenías y decías: “Ahora pasa el color rojo, ahora el verde” y hasta en ese detalle pensabas para que los pibes vean otra cosa.
En 1998, llegaba una de las marchas más grandes del movimiento Chicos del Pueblo. Después de que la marcha se hizo sentir en el centro de Rosario, vos estabas en Betania esperando a esa multitud de pibes que cruzaron el país para simplemente pedir lo que les corresponde: el derecho a vivir. En el 2000 presentamos en plena peatonal la primer revista del “Ángel De Lata” y vos junto a madres de diferentes comedores del barrio nos serviste chocolate con pastelitos.
¿Cómo olvidar todo eso Edgardo? Y ahí seguías vos, y más allá que siempre habían algunas personas que decían “Este cura hijo de puta que defiende a todos estos negros de mierda, que les hace poner cloacas y lo único que hacen es chorear”, vos seguías pensando en los chicos y también mirabas ese cartel que está en tu Betania natal, que tiene esas cuatros preguntas que igual que el Pocho, mirabas y pensabas: “¿Quiénes Somos?, ¿Cómo Estamos?, ¿Qué hacemos?, ¿Qué queremos?”.
¡Cuántas cosas, Montaldo Querido! Me acuerdo un día que íbamos a ir a un campamento y Pocho me pidió que lo acompañara a Betania a charlar con vos. Llegamos y él te empezó a tirar todas las cosas que faltaban para el campamento y vos lo empezaste a retar diciéndole que tenía que ser más organizado, pero después del reto aflojabas.
¡Ah! Me olvidaba, nunca te voy a perdonar el día que me mandaste al frente con Pocho cuando me comí el paquete de salchichas.
Se me viene a la memoria ese 20 de diciembre de 2001, el día que velamos al Pocho. La tristeza se hizo sentir más que el calor, todos sentados mirando un panorama que no sabíamos como íbamos a quedar después de tragar tanta bronca y tanto dolor. Vos ahí mirándolo al Pocho, aferrándote a ese micrófono para regalarle una misa a tu compinche, tu compañero y tu hermano. Nosotros aferrándonos a nuestras madres y a vos en un mismo abrazo. El Pocho nos decía “Chicos, el mundo es más grande que el barrio y hay que salir a conocerlo”. Decías: “No renuncien a sus sueños”.
Por todo esto y también por compartir un vinito “Don Bosco” conmigo, cagarme a pedos cuando me mandaba alguna, por mandarme a la mierda como yo a vos, por sentarnos en un parque y hablar de esas personas que solo te quieren comer la vida.
Partiste un 25 de diciembre, y yo me quedo pensando si la fecha por pura casualidad o te querías asegurar que a partir de ahora en adelante “El Niño Jesús” nazca sano y que nadie más lo lastime para que no termine roto.
Y te fuiste. No: te multiplicaste como Carlos Fuentealba, Darío y Maxi, Angelelli, Padre Mugica, La Mecha Delgado, El Pocho y esa inmensa lista de tipos y minas que dieron su vida por el otro, que no son nadies, como nos quieren hacer creer, sino que son un hermano como ese famoso Jesucristo roto que hay dentro de cada personita, que más allá de todo siguen apostando como el Pocho y vos a un mundo donde quepan todos los mundos.
Si ves al Pocho, saludalo de mi parte.
¡POCHO VIVE! ¡EDGARDO ESTÁ!