Hoy, decenas de niños que concurren al jardín dentro del Ministerio de Educación conocieron unos compañeritos nuevos, que parecían ser unos años más grandes. Justo ahí, junto a las pelotas de goma, los muñecos de madera y los instrumentos de música, estaban ellos, los policías de civil. Y para ser sinceros, no les dieron mucha cabida, porque bueno, ya saben cómo se siente ser «el nuevo» de cualquier aula, pero por suerte para ellos, solamente para ellos, no fueron los únicos intrusos. Antes de tocar el timbre, con tono de Clarín, llegó también una guardia de soldaditos articulados enormes, tan enormes que no hubieran cabido en la vidriera de ninguna juguetería: la guardia de Infantería. Y no, no aparecieron las manos caritativas de las entidades benéficas, ni los donadores compulsivos de culpas, ni los clientes de la empresa que todos los años promete importarles un sol a los chicos. Olvidate, no les importa, porque después de todo, la solidaridad pierde peso ante el sinfín de noticias altisonantes.
Total normalidad.
¿O qué esperaban encontrar en un Jardín de Infantes?