*Por Nelson Santacruz, comunicador de la asamblea poderosa de la Villa 21-14.
Aquellos caños que tanto le costaron conseguir a los vecinos, se fueron exprimiendo hasta quedar secos de líquido vital. Desde hace un año, quince casas ubicadas en el barrio San Blas de la Villa 21-24, Pompeya, están sin presión de agua. En doce meses nadie se acercó a brindarnos ayuda, habiendo decenas de criaturas.
Era común volver del trabajo y que las plantas te reciban deshidratas y achicharradas, que se acumulen platos y ropas sucias, o destapar los tanques y encontrarse con la arenilla acumulada al fondo.
En la 21-24 hay muchos vecinos que migramos desde otras latitudes latinoamericanas. A pesar de que la política del gobierno sea criminalizarnos a través del DNU sobre la inmigración, vamos a seguir luchando por nuestros derechos constitucionales. Y mientras tanto, seguiremos haciendo lo necesario para mejorar la calidad de nuestras vidas y las de nuestros hijos e hijas.
No, no me olvidé de lo central para esta nota. Si preguntás – “¿qué pasó con el problema del agua?” -, te cuento qué, cansados de este problema, lo resolvimos entre tres naciones, sin diplomáticos de por medio. Nos calzamos los trajes de albañil, un peruano se encargó de buscar los caños, una paraguaya organizó a los vecinos, los bolivianos colaboraron con la conexión y con una “vaquita” mediante, ¡sí, el dinero salió de nuestros bolsillos!, nos pusimos manos a la obra para qué suba agua a los tanques.
Como cada evento comunitario que se hace en mi barrio, en la escena habían niños corriendo sin parar de un lado al otro, mientras algunos se ocuparon de levantar un sin fin de escombros y otros de las tareas de albañilería.
Un vecino clavó el pico en la calle sin pavimentar y el agua marrón saltó de repente por el aire. Porque claro, el oasis que tanto anhelábamos no traía el agua potable esperada, pero al menos pudimos llenar los tanques, luego de las extensas jornadas de trabajo.
Resolvimos la falta de agua. Pero todos los vecinos del barrio San Blas seguimos esperando una obra pluvial ya financiada por el Banco Mundial, que consiste en colocar cloacas, desagües y servicio de agua potable.
Y no somos los únicos que esperamos obras prometidas, ya que otros vecinos de la 21-24 que viven al margen del Riachuelo aguardan por la relocalización que les prometieron hace más de 8 años, una relocalización que ni siquiera tiene lugar de destino. Además, debemos soportar la emergencia eléctrica porque los transformadores no llegan: desde hace un par de años, en San Blas, hay un transformador eléctrico provisorio que provocó, por ejemplo, que el año pasado se quemaran 16 casas en invierno por el uso de velas.
Desde las asambleas poderosas seguiremos reclamando y luchando, más firmes que nunca, por la urbanización de nuestros barrios.