8 marzo, 2017
,

¿Cuándo, sino ahora?

 

¡Mari mari kom pu che!. ¡Saludos a todas y todos!. Desde la puelwillimapu, la cordillera sur.

 

Mi nombre es Moira Millán, soy Mujer, soy Mapuche, soy Weychafe, Guerrera. Nací un día de agosto en un invierno nevado en un pueblito llamado El Maitén, en el Noroeste de la provincia de Chubut. Soy melliza de Mauro.

 

Tengo sangre mapuche pero también tehuelche. Tengo cinco hermanos. Cuando tenía tan solo un año de edad mis padres nos llevaron a vivir a Bahía Blanca, mi padre era ferroviario.

 

Crecer en una gran ciudad, en una villa, llena de carencias no fue fácil. Reinaba una atmosfera racista y tensa en todos los espacios públicos. Un día aún muy niña comencé a llorar por las noches del dolor en mis piernas, mi mamá me llevó al médico y el diagnóstico fue que precisaba comida, estaba con cierta línea de desnutrición. Me llevaron a un centro complementario a tomar la leche, comer y allí aprendí a leer y a escribir. Nunca se debe subestimar el tiempo y el amor entregado a un niño, su efecto es mágico y definitivo. En mi barrio todos los niños eran indígenas, la mayoría era mapuches, venían de comunidades dispersas en la Patagonia de un lado y del otro lado de la cordillera; venían desde nuestra Wallj mapu, así le llamamos a nuestro territorio ancestral. A la escuela primaria la sufrí como a un correccional de menores, en mi casa yo era una vivaz lectora, verborrágica y feliz, pero allí me volvía tímida, silenciosa y dispersa. Nunca me hablaron sobre mi propia historia, nos enseñaban que los asesinos de mi pueblo y antepasados, eran próceres. El color de nuestra piel, la negrura y el lacio de nuestros cabellos, nuestros ojos rasgados, nuestra mirada profunda eran la herencia de nuestros ancestros que murieron peleando para que nosotras y nosotros vivamos. Un día al salir de la escuela yendo de la mano con mi mamá le pregunté por qué Dios había hecho rico a los rubios y pobres a los morochos. No pudo responderme… los años y la lucha me enseñaron que hay un sistema racista que establece la supremacía blanca. Las niñas indígenas, las morochitas del aula, éramos vistas como feas y tontas. Yo leía mucho, los libros eran mi pasión, con ellos lograba volar lejos de la soledad y el dolor. A los doce años empecé a limpiar casas, como la mayoría de las mujeres indígenas de este país, a cuidarme de los patrones lascivos y acosadores. Durante esos años de mi niñez, algo me quedó claro: hombre, adulto, blanco y patrón eran sinónimos de ALERTA Y PELIGRO!

 

A los 18 años decidí ir en busca de mis raíces y emprendí un viaje que cambió mi vida para siempre, dándole un propósito. A veces elegimos nuestras luchas, pero en otras ocasiones las luchas nos elijen. Sucedió un verano seco y caliente en el desierto patagónico, allí donde fueron recluido nuestros mayores, despojados de nuestros territorios. Toda la familia de mi padre vivía en la zona de Jacobacci, provincia de Rio Negro. Llegué justo, sin proponérmelo, los días previos a una ceremonia sagrada, muy importante para mi pueblo llamada Kamaruko. Allí, el Lof, nuestra comunidad, pacta la convivencia armónica con todo el resto de los pu Newen, las fuerzas de la naturaleza, con las cuales coexistimos. Durante 4 días se encendió el pillán ketral, fuego sagrado, el cual no se debía apagar. Alrededor del fuego tahilekeamos (cantamos) y purrukeamos (danzamos). Miraba el cielo estrellado y en ese círculo armonioso en donde me sentía libre y parte, mi mano se dejaba apretar amorosamente por una tía abuela que me introducía en el aprendizaje de los tahiel, los canto sagrados. Recuerdo haber llorado casi todos los días, me descubría en mi verdadera identidad. Descubrí que era de una Nación con Memoria, espiritualidad, dignidad y fortaleza. ¡Mapuche ta inche!, ¡soy mapuche!. Allí mi pueblo me parió de nuevo, en medio del desierto, entre cantos milenarios, gritos estruendosos, danzas que masajeaban con cariño la mapu, nació el newen que se despertó para nunca más volver a dormir. La weychafe, la guerrera. No soy valiente, mis ancestros me dan coraje; no soy fuerte, la Mapu me fortalece; nos soy sabia, la naturaleza me enseña y guía. Y hoy, con las hermanas indígenas de las 36 naciones vamos a ganar la guerra contra el genocidio, porque ustedes lucharan con nosotras. ¿Quién, sino vos? ¿Cuándo, sino ahora?

 

1 Comentario;

Los comentarios están cerrados.