Letras: Nelson Santacruz. Fotos: Brisa Ruíz,
Comunicadores de la asamblea poderosa de la Villa 21-24 Barracas.
En las villas las escuelas se nos caen a pedazos, nos vienen viandas en malas condiciones, no hay vacantes para los vecinitos, escasean los jardines de primera infancia y también nos matan a nuestros chicos. El 29 de diciembre del 2014 Cinthia Ayala Villalba, de 9 años, jugaba en la canchita del barrio Tierra Amarilla de la Villa 21-24 de Barracas. De repente hubo un tiroteo entre vecinos del lugar. Cuando buscaron efectivos de Gendarmería para comentarles sobre los disturbios, ellos decidieron no acercarse. Esto le cobró la vida: una bala se la llevó. El sábado sus maestros y maestras la recordaron con un festival, por su cumpleaños, acompañados por muchas organizaciones sociales.
Qué casualidad, o no tanta, que Kevin del barrio de Zavaleta de Pompeya un año antes también haya caído ante una bala, porque las fuerzas de seguridad dejaron la zona liberada. Él también tenía 9 años. También iba a la escuela, como Cinthia.
«A partir de su muerte entendimos que no podía quedar en la nada. Todos tenemos que recordar quién era Cinthia: una nena que amaba los cuentos, que se lo leamos, que aprendió a leer y escribir con mucho esfuerzo y ganas. Una niña muy dulce y querida por su grado. Que aprendió a animarse a hablar en clase y muchas cosas más que aún nos conmueven», recordó emocionada su docente, Victoria Martínez.
Ella iba a la Escuela N*11 D.E 5 de su barrio y fueron las y los profes quienes organizaron un festival por su cumpleaños. Otra de las formas de lucha de los maestros villeros. Otra de las formas en las que las maestras villeras piden vida digna. Su ‘Seño Vicky’ también agregó: «Cada 15 de marzo nos juntamos para celebrar y luchar por las infancias dignas. Creemos que los chicos del barrio no tienen todo lo que se merecen porque esa bala que se la llevó es una violencia pero también lo es el hecho de no tener una casa digna, que no tengan vacantes, que lleguen a clases con hambre, sin materiales o que su escuela se caiga a pedazos».
Una bocha levantaba el polvo al coro de la buena música. Banderines y telas de colores miraban un show de títeres. Los cantos oían el zapateo de un flamenco. Las sonrisas sonreían con pinturitas en las mejillas. Los aplausos aplaudían al compás murguero. Los niños corrían, las niñas bailaban, los niños a carcajadas, las niñas saltaban.
Las palabras nunca alcanzan, nunca sobran, siempre están. Por los nenes y nenas de nuestros barrios, nunca van a parar.