27 abril, 2017
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“Me sacaron lo que más quería”

*Por Matías Malfante, profesor en Educación Física, despedido del Instituto del Rosario de Villa María, Córdoba.

 

 

 

Cuando llegué de Santa Fe a Villa María entré al Instituto del Rosario. Ahí estudié la profesión que aprendí a amar y a respetar y se me abrieron muchísimas puertas laborales, pero de la que nunca me olvido es de mi instituto, ese lugar al que durante catorce años de labor y cuatro más como alumno,  empecé a sentir como mi casa.

 

 

Un hogar donde los niños estaban en contacto conmigo ocho años de sus vidas, desde los cuatro en el jardín hasta los doce que terminaban su primaria, teniendo luego la chance de verlos en los pasillos, ya siendo “gigantes” del secundario que seguían demostrando su cariño hasta el último día dentro del colegio.

 

 

Una vida al lado de esos niños que recibía con ese tremendo desafío de estar en educación, trasmitir valores, transmitir lo que uno entiende como mejor para ellos. Siempre tuve como meta de mi trabajo  lograr que lo afectivo sea lo esencial en una clase. Jamás en la vida pensé que exista otra “política” dentro de un trabajo educativo que no esté orientada al amor y el respeto a cada persona que pasó por mí, respeto a cada situación particular.

 

 

Ellos son un mundo aparte de todo lo que hacemos los adultos  y ese mundo que yo formaba en mis clases me lo quitaron, me quitaron la alegría de mis días, me quitaron esa hermosa “rutina” que era levantarme, empezar el día y enfrentar esas caritas  que me esperaban con el canto de “Matías de la panza fría” o el grito que por momentos molestaba a quienes me sacaron: “Profe Mati, profe Mati”, o esas frases como: “es el día más lindo porque tenemos educación física”.

 

 

Me quitaron la posibilidad de seguir viéndolos crecer, desarrollarse como seres humanos dentro una actividad en la que siempre traté de innovar, en la que siempre traté de brindarme al extremo. Me quitaron la posibilidad de esos abrazos únicos, que solo los que estamos en educación sentimos como distintos, me quitaron ser la posibilidad de entregar algo diferente a mis niños, un mensaje diferente, un mensaje que no tenía que ver con políticas partidarias como me persiguieron los que me sacaron, sino un mensaje de guiarlos a una educación libre, de ser sujetos críticos, cuidadosos de sí mismos y de los demás, de llenarlos de valores de amor y respeto.

 

 

Toda esta tormenta empezó con reuniones donde me advertían que mis publicaciones personales de Facebook molestaban. Cuando preguntaba “¿A quién?”, la respuesta era “Es un pedido de arriba”. Jamás cambié, jamás dejé de ser como soy, porque jamás consideré que mi lucha tenía una injerencia en cuestiones laborales. Digo, saber separar lo laboral como espacio, a lo laboral como situación política de vida, luchar por hacer paros, lo hice desde siempre cuando creí justos los reclamos.

 

 

Este año comenzó con muchas medidas de fuerzas, fue un marzo histórico en relación a marchas y debates acerca de las mejoras salariales. En mi caso como siempre participé, dialogué, traté desde mi humilde lugar de debatir, de hablar, de intercambiar ideas con mis compañeros y, de lograr con mucho respeto que un cien por ciento de los docentes realizáramos el primer paro del 6 y  7 de marzo, pasé a ser solo yo el que realizaba las medidas de fuerza.

 

 

Después de esto, fui citado nuevamente por directivos y representantes legales, se me acusaba de cosas de las que mis compañeros dieron fe que no era el responsable y,  de haberlo sido, no eran acciones graves. Por ejemplo, hacer una caminata en la plaza con la consigna “solo docentes” sin banderas políticas. Pero no les alcanzó y si bien la respuesta fue “Bajo mi gestión nadie va a perder su puesto de trabajo”, me encontré un día cualquiera con un depósito de dinero, sin previo aviso, como si fuese una bolsa de nada, con el frío y triste papel que decía, “Su saldo es…”.

 

 

Nadie me llamó, ni la gente que durante catorce años se hizo llamar amiga, nadie fue capaz de explicarme nada, nadie se tomó un segundo para tratar de contener el terrible dolor, nadie quiso explicarle algo a mis compañeros. El día que me presenté a trabajar, por no tener el telegrama, no me dejaron entrar. Cuando me presenté, me frenaron en la puerta como si fuera un delincuente.

 

 

Después de dieciocho años pasando por esa puerta, a mis compañeras que querían recibirme las sacaban con agresiones y malos tratos, a los nenes les sacaron los cartelitos que con todo amor habían hecho, les hicieron pasar momentos muy duros a quienes seguían “Hablando del profe Matías”. Tuve que despedirme en la calle de mis alumnos de primaria, pedí que me dejen quince minutos con mis alumnos del profesorado  para despedirme en mi gimnasio: El no fue rotundo. Lo tuve que hacer en la calle y salieron todos, con mensajes algunos de ellos, pero tenía que hablarles entre ruidos de camiones, motos etc.

 

 

Sinceramente es muy duro de entender quizás, o no, pero ese dolor de todas estas situaciones me ronda todos los días, y  hoy estoy así, sin la posibilidad de trabajar. Sin la posibilidad de seguir dentro de un sistema educativo que necesita cambios, que necesita compañeros unidos, que necesita desprenderse de cualquier mirada política que sea destructiva o injusta para cualquier trabajador, para tener de una vez por todas el reconocimiento que se nos niega hace años y años. Desde aquella carpa blanca, desde el compañero Fuentealba, desde este atropello a los derechos que estamos viviendo en la actualidad.

 

 

Siento un profundo dolor, si bien me fui rodeado de amor del verdadero, del que no claudica, del honesto, ¡El de mis nenes! Me fui como más de uno que terminó su vida laboral ahí hubiese querido, y como pasó en muchísimos casos, no los reconocieron en lo más mínimo, mostrando un desamor increíble.  Siento que hoy esto que me pasó, que le puede pasar a cualquiera,  tuvo el tremendo respaldo social, de niños, alumnos y ex alumnos, padres, colegas desde el anonimato por el miedo, gremios, familia, amigos etc. 

 

 

El tiempo, como todo, hará que pase al recuerdo. No saben la sensación espantosa que es saber que el día de mañana será solo eso, que el olvido gane al tiempo. Pero me queda esa esperanza hermosa, que es el haber sembrado amor y lo digo con total sinceridad, ese amor único, que solo se puede dar entre un docente y sus alumnos cuando se hacen las cosas dejando el corazón en cada momento compartido. No me encuentro sin ellos, no me encuentro sin salir a dar clases en mi gimnasio, extraño muchísimo a mis alumnos del profesorado también, incondicionales.

 

 

En fin, creo que el daño que cometieron no tiene sentido, creo que con diálogo todo se hubiera podido arreglar, no era necesario apagarme así, no era necesario el dolor de todos los que me quieren y lo están sufriendo. Me sacaron lo que más quería, lo que más quiero y eso, aunque esta lucha marque un precedente en el trato, o el “destrato” a un docente, no sé si se tiene una solución. Aunque mi vida laboral siga en otro espacio, no creo volver a sentirme como antes porque siempre me van a faltar ellos, lo de ahí adentro.