22 mayo, 2017
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Malnacidos

 

Ojalá naciera una verdad menos insana desde algún periódico fetal, entre tanta impunidad por cesárea y tanta normalidad intrahospitalaria con trama barrial, actrices de reparto y directrices del Estado: ojalá no fuera necesaria, otra Semana Mundial del Parto Respetado.

 

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«Durante el embarazo tuve diabetes gestacional y el último control era importantísimo, pero no había turno, así que me dieron fecha para 20 días después del parto. Con muchos dolores, fui al centro de salud y pedí que me llevaran al hospital, porque sentía que mi bebé ya estaba por nacer. ‘Andá por tus medios, que todavía falta y la ambulancia no está para esas cosas’, me dijeron. Entonces, llegué al hospital como pude y, luego de esperar muchísimo tiempo, me atendieron: ‘Tu bebé se murió hace un ratito’. Había perdido todo el líquido amniótico para cuando me atendieron, y mi hijito no resistió… En esas circunstancias, me lo indujeron un parto normal”.

 

Nadia Carballo, barrio San José Obrero, Chaco.

 

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“De cara a mi primer embarazo, yo desconocía muchas cosas que el médico debía hacer: medir la panza, tomar la presión, sentir el corazoncito… Nunca lo hizo, porque todo era ‘normal’. Apenas me pidió una ecografía, recién para la semana 27 de la gestación. Y yo sentía que algo andaba mal, porque mi panza no crecía y encima estaba muy dolorida. Creyendo que se trataba de contracciones, fui hasta la guardia, donde me inyectaron un calmante, pero cuando me hicieron la ecografía, ya no se sentían sus latidos: ‘No, la beba se ve muy chiquita y, por el tamaño, está sin vida desde hace 5 semanas por lo menos’”.

 

María Laura Marín, barrio Juan Manuel de Rosas, Salta.

 

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“Yo golpeé tres veces la puerta de la guardia y me decían que todavía faltaba, porque estaban ocupados con pacientes ‘más importantes’. No aguantaba más, iba y venía del baño, hasta que mi nene nació ahí, en el baño del hospital. Una chica les avisó a los policías y ellos a las médicas de guardia… Ahí sí, se apuraron”.

 

Mabel Argentina Ayala, barrio San Juan Bautista, Formosa.

 

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“A mí me dijeron que el bebé ya no tenía más oxígeno en la panza, pero que no podían sacarlo porque no había incubadora.
Falleció.
Me dieron medicación y, con mucho dolor, me hicieron ‘tenerlo’ por parto natural”.

 

Malena, barrio San José Obrero, Chaco.

 

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“Todo fue normal en la cesárea, hasta que se llevaron al bebé y no supe más nada. Afuera estaba mi gente, hacía horas, esperando. Y sólo a fuerza de quejas, pudieron verlo. Pero no era Omar, era una nena. Nosotros esperábamos a un varón y ellos aseguraban que era una mujer. De hecho, los médicos se enojaron con mis familiares, mientras yo seguía en el quirófano. Y al final sí, un enfermero llevó a Omar con su papá, en una canasta de pan: ‘Acá está tu llorón’”.

 

María, barrio San Martín, Entre Ríos.

 

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“Al llegar al hospital, en cuanto me acosté, la doctora me sacó la almohada. Yo le pedí por favor que no lo hiciera, porque sentía que me faltaba el aire, pero eso no le importó. Y al inicio de las contracciones, muy fuertes por cierto, me dijo: ‘Dale, dale, abrite bien de piernas como cuando lo hacías’. No podía dejar de llorar, cuando justo ingresó otra doctora, que decidió apretarme muy fuerte la panza con el codo. Nunca sentí semejante dolor. Gritaba y les pedía que pararan, por favor, hasta que una me contestó: ‘¡Te callás, porque si no te dejamos y te las arregles sola!’. Aguanté como pude hasta que nació mi bebe… Tuvieron que reanimarlo”.

 

Yohana, barrio San José Obrero, Chaco.

 

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“Para tener a mi hijo Ian, estuve 15 horas haciendo trabajo de parto, en la Maternidad de San Miguel de Tucumán, donde una partera con cero consideración me dijo que, si nacía en ese momento, no viviría muchas horas. Yo explotaba del dolor y los nervios, pensando en el peligro que corría mi bebé. ‘Si te gustó entonces, ahora callate’, me mortificaba. Di a luz como pude. Mi bebé pesó un kilo y medio, y debió ser trasladado, porque la maternidad no contaba con el equipamiento necesario”.

 

Eliana Romano, barrio Diagonal Norte, Tucumán.

 

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“Me indujeron con suero las contracciones y me colocaron la famosa peridural, pero sin respetar mi historial medico, donde se indicaba que eso no haría efecto, por los problemas en mi columna. Me inyectaron 4. Y como ninguna me hizo efecto, me durmieron… Cuando salió el doctor con mi bebé, miró a mi marido y le dijo que ‘nació medio tontito, pero ya esta bien’. ¡Mi hijo! Sí, un bebé que nació dormido por toda la anestesia que metieron en mi cuerpo. Y de no haber sido por mi marido, tal vez nadie se hubiera enterado que yo estaba entrando a un paro cardíaco, porque los médicos me abandonaron en terapia intensiva. Ahora, por si todo eso no hubiera sido suficiente, mi cuerpo se volvió un objeto en exhibición durante los días siguientes, cuando los enfermeros me destapaban el cuerpo completo una y otra vez para higienizarme, tal como lo hacía el obstetra cada vez que volvía acompañado de sus alumnos practicantes”.

 

Fátima Ríos, barrio 1° de Diciembre, La Rioja.

 

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“Era muy joven, cuando llegué a tener a mi primer hijo, con miedo y dolor. No permitieron que nadie me acompañara y estuve durante horas esperando, sola, que alguien se acercara a preguntarme si estaba bien. Lloraba en silencio y sin gritar, para que no me retaran como lo hacían con las otras mujeres ahí. Cuando me subieron a la silla de ruedas para ir a la sala de parto, una enfermera me preguntó si me dolía y yo le respondí que sí, mucho:
– Aguantá, primero viene lo dulce, después lo salado.

 

Belén, barrio San José Obrero, Chaco.

 

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“Después de haber llorado a mi bebé, tenía muchas pérdidas. Y por eso me llevaron al hospital, donde me revisaron y me dejaron esperando en una pieza, con fuertes dolores. Al rato, me desvanecí en el baño y otra embarazada fue a buscar a la enfermera. Mientras tanto, me dormí, me desperté y me desvanecí otra vez, porque el médico estaba durmiendo y, según el enfermero, no había que molestarlo. A las 6 de la mañana recién, una enfermera les avisó a los doctores. Y a las 8, me hicieron un raspaje”.

 

Yolanda Ortega, barrio San Juan Bautista, Formosa.

 

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“Me ataron las dos piernas, me dijeron que cerrara la boca y me apretaron la panza sin explicarme nada.
Así nació mi hijo”.

 

Ester Riveros, barrio San Juan Bautista, Formosa.

 

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“Sin un techo digno para vivir, debimos tomar las tierras que se volvieron un barrio, resistiendo a la represión y a la discriminación que alcanza niveles insospechados. Y sí, llega hasta las salas de parto: yo me vi obligada a parir en la cocina de mi comadre, porque la ginecóloga directamente me echó de la guardia”.

 

Julia Ríos, barrio Madres a la lucha, Santa Cruz.

 

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“A las 6 de la tarde, ingresé a la guardia con un embarazo de 9 meses y 10 centímetros de dilatación. Y a las 3 de la mañana, todavía no me habían atendido. Después de quejarme, llegaron la Dra. Ada Guillermina Pieper, junto a sus asistentes Laura González y Nélida Minuzzo, para darle inicio a mi peor pesadilla. Además de maltratarme verbalmente, me decían que mi bebé se iba a morir por culpa mía, porque no hacía fuerza… Pedí que me realizaran una cesárea, pero se negaban y se negaban, hasta que llamaron al cirujano Oscar Temoli, cerca de las 4 de la mañana: ‘Lo siento, tu papá no tiene la plata que yo cobro’. Para entonces, ya me desangraba en la sala, pero eso no les importó a las enfermeras que comenzaron a presionar con brutalidad sobre mi abdomen; tanto que se soltó el cordón umbilical de mi bebé. Finalmente, Temoli se llevó a mi hijo y me aplicaron una anestesia general, argumentando que tenía restos de placenta. Ahí me desmayé. Nunca más volví a ver a mi hijo: fueron esas enfermeras las que se lo informaron a mi familia: «Benjamín murió». Y no, ahí no terminó: más tarde supe que le habían realizado una autopsia sin autorización, con datos y pruebas falsas. Debí ser trasladada al Hospital Madariaga de Posadas, donde me intervinieron de urgencia. Pasé siete días en terapia intensiva y no perdí la vida de pura casualidad. Por eso, hoy lucho para que todas conozcan la ley 25.929 de parto humanizado.
Denuncien.
¡No tengan miedo!”.

 

Alicia Monzón, barrio Santa Rita, Misiones.

 

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